Quaderns de Psicologia | 2024, Vol. 26, Nro. 3, e2041 | ISSN: 0211-3481 |
https://doi.org/10.5565/rev/qpsicologia.2041
Jorge Mendoza García
María Yolanda Quiroz Arce
Universidad Pedagógica Nacional
RESUMEN
El presente trabajo da cuenta de los resultados de investigación sobre el significado que tienen personas estudiantes universitarias en la Universidad Pedagógica Nacional, México sobre las clases remotas durante la pandemia COVID-19; y pretende dar perspectiva integrada y organizada en cuatro bloques: i) perspectiva conceptual desde el pensamiento social, particularmente percepción y representación social; ii) en términos metodológicos, se trabaja con narraciones escritas por estudiantes sobre su experiencia educativa durante el confinamiento, que duró cuatro semestres; iii) sobre la base de material revisado y lo expresado por participantes, se elaboraron tres ejes de análisis: a) cómo se vivió la pandemia, b) el sentido de los cursos en línea, c) las condiciones en términos de tecnología para tomar los cursos; y iv) en el último apartado exponemos las conclusiones de esta reflexión. El objetivo es indicar cómo comparten y significan dicha experiencia, considerando que su formación previa ha sido en modalidad presencial.
Palabras clave: Pensamiento social; Narración; Clases en línea; Pandemia
ABSTRACT
The present report shows the results of an investigation about the meaning that university students at the National Pedagogical University, Mexico, have on remote classes during the COVID-19 pandemic. To give an integrated perspective, we present the information in four blocks: i) the conceptual perspective from social thought, particularly social perception and representation; ii) in methodological terms, we work with narratives written by students about their educational experience during confinement, which lasted four semesters; iii) based on reviewed material and what was expressed by participants, three axes of analysis were developed: a) how the pandemic was experienced, b) the meaning of the online learning, c) the conditions in terms of technology to take the courses; and iv) in the last section, we present the conclusions of this reflection. The objective is to indicate how they share and mean this experience, considering that their previous training has been in person.
Keywords: Group dynamics; Narration; Online learning; COVID-19 pandemic
Las clases durante el periodo de la pandemia por COVID-19 fueron en otra modalidad, a distancia, en línea, remotas, no presenciales. No se realizaron en los edificios habituales. Eso significó no solo experimentar un nuevo modo en la educación, sino saber las condiciones desde las cuales se realizaba este ejercicio forzado. Estudiantes y docentes, con escasos o nulo dominio de plataformas, programas y otras tecnologías que se trabajan en educación, sintieron cómo determinadas ausencias y carencias impactaban el ejercicio escolar. En el año 2022 realizamos una investigación en que se exploraba el significado de las clases en línea y clases presenciales, qué representaba para la comunidad estudiantil estas dos modalidades y cuáles eran sus virtudes y desventajas. El presente trabajo se desprende de ese ejercicio de investigación, y tratamos de dar cuenta cómo narran y el sentido que le otorgan a esta actividad de edificación del conocimiento durante el confinamiento que el gobierno mexicano decretó para evitar la propagación del virus, y los casi seis semestres que duraron las clases en línea en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN).
El año 2020 marcó en muchos sentidos la vida de la gente a nivel global. La llegada de la COVID-19 impactó la dinámica social de forma drástica. Se pasó de las actividades en el espacio público a las labores en el plano doméstico. Las formas sociales que se nos inculcaron desde temprana edad se desplazaron cuando, de un día para otro, en el caso de México, se nos instruyó el 20 de marzo, que habría confinamiento: guardarse en casa y evitar el contacto con nuestros semejantes en espacios públicos fue el decreto. Distintas áreas de la vida social se vieron trastocadas drásticamente, entre ellas las educativas, pues se suspendieron las clases presenciales.
Marzo de 2020 fue un momento clave para remover fantasmas, rumores, estigmas, suspicacias, ruidos y otros susurros subterráneos que emergen ante la presencia de alguna calamidad, formas del susto que vienen de lejos, que aparecen ante grandes adversidades que son difíciles de explicar, es milenario este temor. Envolviendo al confinamiento, se encontraba la incertidumbre y el miedo. La gente en Ciudad de México (CDMX) pasó del asombro al temor, pues con el encierro llegó el miedo, y se empezó a hablar de un virus que estaba matando a gente en varias partes de Asia y Europa. Las noticias hablaban de algo extraño que no se sabía cómo había surgido, pero se señalaba a China como el lugar donde se generó.
En ese momento, las especulaciones predominaban y movían a la gente a un comportamiento disparatado. Los efectos del miedo turban los sentidos y vuelve frágil a la sociedad, señala el historiador Jean Delumeau (1978/1994). Estos miedos llevaron a la gente a atacar con distintos líquidos a personal de salud, a enfermeras, camilleros y médicos en el transporte público, a correrlos de los lugares donde vivían y colocar letreros en donde permanecían: “tienes que dejar el departamento porque trabajas con personas que tienen COVID”, “no tocar elementos tales como picaportes, barandas de escalera y acceder a la terraza”, se les advertía. En un mes, el 21 de abril, el periódico El Universal, había registrado 35 agresiones a personal de salud y pacientes. Como lo señala Vladimir Jankélévitch (2017), ante la muerte las personas realizan actos religiosos o de fanatismo, de violencia verbal o física, como ocurrió con las enfermeras y médicos que fueron agredidos.
En el caso de la educación, se trastocó la modalidad que habitualmente ha dominado la enseñanza: la forma presencial, pues en poco tiempo se tuvo que pasar a la forma remota. Si bien en ciertas áreas se manejaban tecnologías digitales, su papel era de acompañamiento en cursos de actualización, ciertos programas complementarios, la actualización extracurricular o la búsqueda de información especializada, aunque de forma esporádica. El aislamiento modificó la visión y uso de dichas tecnologías, y su papel se volvió central en las diversas actividades que mueven a una sociedad: “superar distancias e inmovilidad, evitar la parálisis de diferentes actividades sociales fue la meta y la educación destacó entre ellas” (Crovi, 2021, p. 7).
Se tuvo que improvisar y, por supuesto, las diferencias sociales y económicas jugaron su papel en términos de infraestructura, para que el nuevo proyecto, en el marco de la pandemia, se pusiera en marcha.
El pensamiento social se encuentra definido por el contexto en el que se inscribe. Las personas suelen buscar atajos para razonar y llegar a soluciones rápidas y satisfactorias en el plano social. En la gente hay una tendencia a explicar lo que sucede en su medio, en especial si es algo atípico o extraño, orientándose por razonamientos cortos que se denominan atribuciones causales. La gente usa la información de que dispone para hacer inferencias, averiguando causas de sucesos, relacionando causas probables, intentando construir visiones congruentes sobre su entorno y lo que ahí ocurre (Guimelli, 2004). El pensamiento social se forma mediante intercambios verbales-relacionales, su vía es la interacción, lo cotidiano en un marco cultural.
La cultura es lo que se siente pensar. Categorías como espacio y tiempo, género y número, con las cuales se puede pensar un nosotros y un ellos, un distante y una cercanía, son formas de pensamiento social que no surgen de los individuos, sino de las colectividades, de las sociedades en que nos inscribimos. Paradójicamente, cuando se habla de “la vida interior de las personas”, se alude a un pensamiento colectivo, como las nociones básicas de la cultura (Fernández Christlieb, 2019, p. 82). No se encuentra dentro de las personas, sino alrededor de uno, en tanto que se ha ido trazando con las interacciones y los relatos de los demás, las cosas que le rodean, las experiencias compartidas.
Creencias e ideas, de las que participamos, son pensamientos que se van construyendo discursivamente, hablando, conversando. Así como se habla de pensamiento ancestral, como algo que viene de lejos, o de un pensamiento científico, que expresan quienes escriben libros sobre física y biología, por citar dos disciplinas, así se puede hablar de pensamiento social como algo que se comparte, que circunda a sus participantes, que los va guiando, que los implica en lo que no solo van a decir, sino hacer; son algo así como líneas de pensamiento (Shotter, 2021).
Tomás Ibáñez (1984/1994), en el prólogo a la obra de Serge Moscovici sobre psicología social, señala que la denominada vida interior es edificada en un tejido social, y, apunta que la sociedad debe estar presente al momento de hablar de lo psicológico y de lo psicosocial. Las personas, por ejemplo, deben considerase desde una posición ideológica (Voloshinov, 1929/1989).
Las personas se relacionan, interactúan con otras personas o ante un acontecimiento, estableciendo una forma de vehículos en ese proceder, creando una situación, donde lo que sucede es de un estilo tipo conversación, que envuelve a sus participantes, creando una situación compartida, a lo cual se le denomina mente grupal, un pensamiento social.
La cultura envuelve a las personas; lo social va delineando la percepción, el pensamiento y la actitud que la gente expresa ante ciertos eventos, como una pandemia, un confinamiento, una clase o un profesor. El pensamiento social está en una suerte de espacio, metafóricamente, un espacio colectivo, en el cual se va gestando la realidad social, algo que un teórico clásico como Gabriel Tarde denominó “corriente de pensamiento” (Fernández Christlieb, 2009, p. 45); una tendencia, grupo, unidad, disposición, una forma de ser; algo en lo que se participa.
William Thomas señaló que el objeto de estudio de la psicología social eran las actitudes sociales (Farr, 2003), antecedente, como la percepción social, de las representaciones sociales y del pensamiento social en psicología social.
La percepción es un proceso cultural que se encuentra vinculado al uso de las palabras, a los recuerdos y a cierta información; es el reconocimiento de alguna situación, persona o sensación, en tanto que identifica algo, de ahí que se indique que “percibir siempre es identificar” (Blondel, 1928/1966, p. 120). La percepción es un percatamiento de la realidad (Fernández Christlieb, 2011). Una percepción social, es una idea compartida.
Desde Whilhelm Wundt (1912/1990) y Lev Vygotsky (1932/1985) la percepción, como la memoria, la voluntad, el pensamiento y los afectos, son formas superiores o proceso psicológicos superiores, en tanto que no se encuentran estrictamente en el individuo, sino que su génesis y desarrollo se localizan en la sociedad, en la cultura, en tanto que están mediadas por una actividad semiótica: la percepción y su formación depende de los grupos, del lenguaje y del entorno en que la gente vive y se experimenta la realidad.
Para percibir algo, hay que saber de algún modo, logrando reconocer el objeto, situación o problemática, siendo la memoria o el recuerdo lo que apuntala dicho reconocimiento. Es posible reconocer algo cuando nuestra percepción presente se identifica con una percepción anterior, puesto que “toda percepción está formada de recuerdos”; no obstante, puede también hablarse de “reconocer”, en el sentido de explorar, de identificar lo aparentemente desconocido (Blondel, 1928/1966, p. 120).
Lo anterior significa que la forma de algo está también hecha de los elementos de su percepción, así como de los juicios y opiniones que se tienen al respecto: hay una conjugación de elementos de la percepción y del objeto o situación, de tal suerte que las estructuras perceptivas —culturales y sociales— de alguna forma hacen que uno mire a una persona o experiencia con las características del conocimiento que sobre la persona o problemática se tiene (Fernández-Christlieb, 2006). Lev Vygotsky señalaba: “toda percepción humana consiste en percepciones categorizadas más que en percepciones aisladas” (1932/1985, p. 60). La percepción es una actitud social, que posibilita que se encuentre sentido a ciertas cosas y a otras no, que se signifiquen los eventos de determinada manera.
Ciertamente, la percepción es una perspectiva que pareciera que va siguiendo con la mirada, o con el propio anda de la gente; situaciones, personajes o eventos que, al ser recorridos por la percepción, dejan de ser meros componentes disgregados y se constituyen todos juntos en la unidad obligatoria que tiene toda forma, como una clase académica durante la pandemia.
Esta perspectiva que desarrolla Serge Moscovici (1961/1979) con su trabajo El psicoanálisis, su imagen y su público, pone en el centro al pensamiento social, en el que se incluyen las actitudes, la percepción, la ideología, las creencias y el conocimiento cotidiano.
Las representaciones son una forma en que los grupos piensan a algún objeto socialmente significativo, sea un suceso (revolución o movimiento estudiantil), un personaje (científico o político), un estado de la persona (enfermedad o salud) o un periodo problemático (la pandemia, por ejemplo), entre otras cosas. Es significativo el objeto en tanto que es pensado, sentido, percibido y conversado, es decir, se convierte en un objeto social de opinión, pues la gente en la vida cotidiana habla respecto a ello. No son individuales, sino que se encuentran como parte de una corriente de opinión, de una colectividad; son un producto que se representa de forma compartida. Aunque, también, se puede percibir una representación como un proceso, como algo que se va formando, como la representación de la COVID-19 en estos tiempos.
Emile Durkheim señalaba que las representaciones colectivas, a diferencia de las individuales que se erigían a principios del siglo XX, eran una forma de pensamiento dominante, como la religión, formas que se concretaban en las personas y que resultaban coercitivas: “para Durkheim, las representaciones colectivas se imponen a las personas con una fuerza verdaderamente constrictiva, ya que parecen poseer, ante sus ojos, la misma objetividad que las cosas naturales” (Ibáñez, 1988, p. 30). Las colectivas son representaciones muy extensas, a grado tal que puede señalarse que pueden ser nacionales.
Las representaciones son un tipo de conocimiento “espontáneo” e “ingenuo”, que también se denomina de sentido común; es un conocimiento socialmente elaborado y compartido que se edifica mediante ciertas experiencias, informaciones, conocimientos y modos de pensar, cuya base es la tradición, y se comunican mediante las conversaciones. Este tipo de conocimiento forma parte de las sociedades modernas, en tanto que se elaboran en un tiempo histórico denominado modernidad. Pueden ser concebidas como productos socioculturales, estructuras significantes que emanan de la sociedad y que nos conforman sobre esta; por lo tanto, tienen un contenido particular y son de naturaleza simbólica (Ibáñez, 1988). Denise Jodelet las define como imágenes que condensan un conjunto de significados, una forma de sistemas de referencia que permiten interpretar la realidad y posibilitan dar un sentido a lo imprevisto. Son “categorías que sirven para clasificar las circunstancias, los fenómenos y a los individuos con quienes tenemos algo que ver; teorías que permiten establecer hechos sobre ellos” (1984/1994, p. 472).
Las representaciones tienen dos procesos clave: la objetivación, y el anclaje. El primero, la objetivación, refiere a cómo lo abstracto se traduce en algo concreto, advierte sobre cómo las ideas inconcretas se convierten en imágenes y palabras, haciendo que la imagen y palabra se correspondan con el objeto. Da cuenta del paso de lo conceptual a lo empírico, a lo tangible, haciéndolo comprensible.
El segundo, el anclaje, alude a la elaboración y al funcionamiento de las mismas representaciones. Explica el enraizamiento de las representaciones y su objeto, una especie de ajuste de lo nuevo a lo preexistente: las creencias, los valores y lo que trae consigo el grupo que piensa y percibe la realidad. En este proceso, se muestra cómo se modifica lo desconocido o novedoso en algo familiar; lo nuevo adquiere sentido en función de lo viejo, lo extraño se vuelve familiar, en algo conocido. El trabajo inaugural de Serge Moscovici (1961/1979) esclarece tal proceder: el psicoanálisis como forma de confesión fue una representación que cobró la forma conocida del cura, y la terapia cobró la figura del acto de confesión, otro modo de anclaje.
Además, las funciones de las representaciones son variadas. Aquí pueden señalarse algunas de ellas. Interpretar, pues este pensamiento permite descifrar la realidad simple o compleja. Es un tipo de conocimiento o saber que posibilita comprender y explicar la realidad, mediante esta forma práctica de vivir la realidad; un tipo de cognición social. Permite que los grupos se mantengan con una forma identitaria, integrando sistemas de valores y normas. Orientación, en tanto que guía las prácticas sociales y las acciones de los colectivos. Justificadoras, puesto que a posteriori brinda elementos por las decisiones tomadas y las acciones realizadas.
Este pensamiento social, el de las percepciones y de las representaciones, puede dar cuenta sobre cómo aprendices universitarios han significado las clases durante la pandemia de COVID-1.
Según los datos publicados por la página oficial DATA México, para el año 2022 en la UPN, en la ciudad de México, se encuentran matriculados 7885 estudiantes, siendo el 81.7 % mujeres. Los participantes en la investigación son de las licenciaturas de Psicología Educativa, Pedagogía y Sociología de la Educación, mediante una muestra de 200 estudiantes que aportaron información mediante el uso de la técnica de redes semánticas y 10 grupos de discusión con participación de entre 8 y 12 inscritos a las licenciaturas antes mencionadas (Mendoza et al., 2023), así como la realización de 20 entrevistas. El promedio de edad corresponde a 21.1 años para estos tres programas. Las edades de los participantes se encuentran entre 20-31 años. La mayoría son solteros (62.5 %), seguidos de quienes viven en pareja, ya sea formal o en amasiato. Los estudiantes de estas tres licenciaturas reportan mayoritariamente no tener hijos, y un bajo porcentaje sí tiene, entre 1-3. La mayoría de los estudiantes no trabaja, excepto en Sociología de la Educación, donde el 50 % sí lo hace, los ingresos mensuales oscilan entre 1 y 3 salarios mínimos (entre 12 y 36 dólares al día). Un alto porcentaje comparte con al menos cuatro familiares más el lugar donde vive: “una alta población estudiantil se encuentra en condiciones deficitarias, lo anterior, puede por un lado dificultar el acceso a materiales bibliográficos, así como contar con otros servicios necesarios para el adecuado desempeño escolar y requerir el acceso a diversas becas” (Lozano, 2019, p. 119).
El perfil de ingreso consideró los datos de los años 2015, 2016 y 2018. De la muestra de estudiantes de la UPN, 74 % cuenta con celular, el 73 % con internet, el 48 % con computadora, y el 33 % con impresora, en lo concerniente a las cinco licenciaturas presenciales ofertadas (Lozano y Lozano, 2022). En el caso de la computadora, como se ha señalado, en diversos casos es compartida con otro integrante de la familia.
En este trabajo nos centramos particularmente en las narraciones producidas por estudiantes, y los fragmentos que se presentan aparecen con seudónimo. Las narraciones se trabajan de manera reconstructiva, exponiendo una perspectiva sobre las clases en pandemia desde la mirada de uno de los actores: la comunidad estudiantil.
Las narraciones se conciben como una forma de organizar las experiencias mediante secuencias singulares de sucesos, situaciones en que las personas participan, ya sea como personajes o actores y, dependiendo del lugar que ocupa la gente, va significando lo acontecido en una trama global, como ocurre en el caso de una pandemia. Los relatos que se expresan en cartas, entrevistas, diarios, escritos sugeridos, diálogos, dan cuenta de vivencias y sentidos de lo ocurrido y se expresan de formas canónicas para que sean comprensibles. Las conexiones entre lo inusual y lo canónico, entre lo conocido y lo excepcional, se va generando en el proceso de la narración, así como la continuidad entre la experiencia y lo expresado (Vázquez, 2001).
La narración le apuesta a dar cuenta de la acción humana, poniendo acento en el proceso relacional en que se encuentra cotidianamente lo personal y lo social, pues se entrecruzan, en tanto que una persona, cuando expresa un discurso o un relato, da cuenta no solo de su yo (Biglia y Bonet, 2009), sino de suposición social en un momento histórico: hijo de obrero o campesino, joven o viejo y posición política (Voloshinov, 1929/1989). Eso se discurre cuando se narra algún acontecimiento, los relatos se conciben como “discursos narrativos”, pues son un dispositivo discursivo que genera y mantiene significados sobre la realidad (Martínez y Montenegro, 2014, p. 113).
La narración, además de ser una perspectiva sobre la condición humana (Bruner, 1990/1991), es un método-proceso, en la práctica es un diálogo entre quien entrevista y a quien se entrevista, y ahí se puede hablar de práctica discursiva, en tanto que mediante las narrativas se recrea y se reconstruye la realidad a la que se alude, son un tipo de acción conjunta, como cuando se habla de cómo se vivenciaron los cursos académicos en Pandemia. En ese sentido, se puede hacer uso del material de entrevistas, grupos de discusión o relatos dirigidos, encadenando las respuestas a manera de concebir narrativas colectivas, como si se tratara de una sola voz, que se inscriben en categorías teóricas o que se van generando en lo común de distintas narraciones (Bliglia y Bonet, 2009, p. 13). Que es como se procedió en este trabajo.
Las narraciones no son impresiones fugaces, pues constan de secuencias, argumentos, tramas. Cuando se narra, la gente busca dar coherencia al mundo, otorgarle sentido en un ámbito de sociedad donde los otros son los que sancionan y nos dicen qué sí vale y qué no; que es lo que Bruner (1990/1991) denomina lo canónico. Quien narra es un ser social dando cuenta de situaciones compartidas, y ahí encontramos el pensamiento social. De ahí que se señale que: “el trabajo con narrativas nos ofrece un abordaje donde se desdibujan las dicotomías ‘personal-social’ y ‘micro-macro’: la idea consiste en aproximarse a la singularidad de una narrativa entendiendo esta singularidad como la manera en que las fuerzas sociales se intersectan en las trayectorias individuales” (Martínez y Montenegro, 2014, p. 114). El significado es lo que compartimos con los demás, en las relaciones con los otros vehiculamos significados sobre el mundo, y así compartimos la cultura. El pensamiento social ahí se pone de manifiesto.
Aunado a las narraciones, se realiza una revisión de distintos documentos, como libros, informes, estudios que se han realizado sobre el tema; así como algunos blogs donde se sube información que da cuenta sobre las clases en línea.
En ese sentido, la intención del trabajo es explorar los significados que tienen alumnas y alumnos universitarios sobre las clases durante la pandemia; cómo se las representan, que ideas comparten, cómo el pensamiento social las inscribe y las expresa.
Las categorías de análisis se derivaron de dos materiales: lo teórico y lo que se expresó en las narraciones que proporcionaron estudiantes. En el primer caso, se enuncian los significados: el sentido de experimentar un periodo, y en el segundo, las vivencias en pandemia, desde lo que representó estar en encierro y rodeados de un virus mortal, cómo se percibió y significaron las clases en línea y el uso necesario de las tecnologías que se impusieron en este periodo de confinamiento. De las narraciones, evidentemente, hay otros ejes que se expresaron, no obstante, para fines de exposición y de ese trabajo, se trató de dar cuenta de las condiciones locales que se experimentaron en una universidad pública sin grandes recursos e infraestructura, por lo que se retomaron estas categorías de trabajo.
La pandemia significó el alejamiento de diversas prácticas ya conocidas, cercanas y dominadas por la colectividad. La COVID-19 y su rápido contagio impuso una lógica no antes conocida por la población actual. Algo, poco, se sabía de otras pandemias, como la gripe española, en que murió una buena parte de la población. Aparecía esta tragedia en alguna película, alguna serie y había pinceladas de lo ocurrido, lo asociado a la muerte. No así sus prácticas interiores, las medidas que se habían tomado para evitar los contagios; eso sí que parecía lejano.
La comunidad universitaria, así como de otros niveles educativos, atestiguó de manera abrupta y obligada el desplazamiento que generó la pandemia por COVID-19 y sus efectos en la cotidianeidad de sus actividades: el encierro. Desarrollar, literalmente, de un día para otro, las actividades que tenían un sitio con condiciones de infraestructura, espacios, relaciones, disposiciones, horarios establecidos, interacciones… a uno donde se suele comer, dormir, bañarse, ver TV, descansar, etcétera, supuso un asalto a la dinámica social implementada durante toda una vida. De ahí que se narre de una forma alterada lo ocurrido en esos tiempos abruptos:
En primera, hablaré sobre mi experiencia en tiempo de pandemia. La verdad, para mí sí fue un golpe bastante fuerte en mi vida; empezando en mi vida rutinaria, la cual me hizo dejar de hacer bastantes cosas, como por ejemplo salir, ir a la escuela, hacer ejercicio, convivir con mis amigos, y hasta con mi familia. Fue una etapa donde se vive con miedo y al igual a la adaptación de una vida muy distinta: quién imaginaría que los cubrebocas iban a ser un instrumento de protección para evitar el contagio, que lo mejor a veces era estar solo para evitar contagiarte. (Mary, entrevista personal, julio de 2022)
La alteración de las actividades, en efecto, es una manera de describir lo sucedido. La pandemia, en el Mundo, no solo puso a prueba el sistema de salud, sino que obligó a crear nuevas formas de relaciones y de organización social; hizo más evidentes las desigualdades y los grupos vulnerables ante la adversidad atroz. Llevó, igualmente, a la reorganización social, a crear, en múltiples casos, lazos de solidaridad y cooperación, para subsistir; significó, para muchos, el reencuentro con los propios familiares:
Mi experiencia en la pandemia estuvo llena de dificultades, sentimientos, nostalgia, ansiedad y retos nuevos. Tuve la oportunidad (aunque a la mala), de estar más tiempo con mi mamá, en 10 años de trabajar día a día sin descansar, y vacaciones de un día cada 6 meses, pude estar con ella en esos momentos, donde hacía falta el apoyo de la familia. (Alicia, grupo de discusión 1, agosto de 2022)
En México, se anunció la Jornada Nacional de Sana Distancia, creando la figura de “Susana Distancia”, en el intento de que el contagio no se disparara, poniendo en el centro el llamado “distanciamiento social”, lo que consistió en: a) mantener una distancia al menos de 1.5 metros entre las personas; b) medidas de higiene básicas, como el “estornudo de etiqueta” y lavar las manos con frecuencia; c) no saludar de mano ni de beso o abrazo; d) aislamiento o encerrarse en casa, salir solo lo estrictamente necesario; e) no realización de eventos públicos masivos; y f) no hacer caso a rumores, ni difundirlos, sino estar al tanto de la información de las autoridades sanitarias (Medel et al., 2020). Todo lo cual representó y significó, para la población, entrar en una nueva forma de vida.
Comenzamos a percibir la realidad de otro modo, o como se nos ha representado en películas y series sobre catástrofes. Estos narradores no solo son testigos, son actores y creadores en medio de la tragedia (Alexiévich, 2016). Hay que recordar que el pensamiento social, como una forma de conocimiento, se va armando de forma paulatina, va juntando sus piezas, y lo hace mediante conversaciones, la puesta en discurso de sus vivencias, intercalándolas con las de otras personas, en este caso, de compañeros de estudios, y se hace desde el orden de la cotidianeidad (Blondel, 1928/1966; Fernández Christlieb, 2011). A eso estábamos asistiendo, palpablemente.
La dinámica social, y el sitio como tal, que la pandemia impuso en las casas para desarrollar las actividades educativas, en el caso de quienes estudian en la UPN, no fueron las mejores, como puede advertirse en los siguientes fragmentos de los relatos:
En mi caso, fue algo que trajo cambios en mi casa y con mi familia, ya que no tenía un espacio propio para tomar clases, así que tuvimos que adaptar un cuarto (bodega) para que ese lugar fuera solo para mí y las clases. ¿Qué cambios existieron? Mi familia era moderada con el volumen cuando escuchaban música, veían tele, etcétera. Antes de llegar al nuevo cuarto, pasaba por la cocina, el comedor y la cama. Por cuestiones de conexión a internet, en ocasiones los profesores no hablaban tan fuerte, por lo que pasé de auriculares a bocinas ¿suena exagerado? Pasa por una pandemia y verás que no, todo lo contrario, claro que fue una de las comodidades más chéveres. (André, entrevista personal, julio de 2022)
La nueva emergencia obligó a las familias a redistribuir funciones entre sus integrantes y adaptarse a las nuevas exigencias, como cuidar un enfermo, ser sustento económico o acompañar las clases de algún familiar, conservando una estructura y organización de familia, así como cuidar que los cambios no afectaran drásticamente a sus integrantes como para que imposibilitaran una respuesta ante alguna situación particular: espacios y tiempos en las dinámicas familiares se vieron trastornados. Hubo una sobrecarga de trabajos y responsabilidades cuyas implicaciones se mostraron en los estados emocionales, en áreas física y social, así como en la calidad de vida de la gente, en particular de grupos vulnerables (Femat y Ortiz, 2020).
Esta situación adversa es constante en las narraciones de esta población estudiada: estudiantes con escasos recursos y, por lo tanto, sin equipo adecuado para tomar cursos remotos, relatan cómo impactó la situación en el ejercicio escolar:
Juan iba a la casa de su novia porque, pues en su casa no tenía internet; igual llegó a tomar clases en la calle, pero el chiste es, que pues igual: el hecho de que entras a estudiar sin los medios con los que tienes que estudiar. Por ejemplo, yo cuando entramos, yo no tenía un celular donde se pudiera descargar Zoom, mi celular era como muy básico, y pues no tenía la aplicación para descargar Zoom, entonces le pedía prestado el teléfono alguien más. (Carlos, grupo de discusión 3, agosto de 2022)
Una de sus compañeras continúa con esta línea de argumentación, de lo compartido de la situación:
Vivo en una casa chica, con mi familia; yo usaba mi celular, y en un cuarto tomábamos clases yo y mi hermana; y siempre tenía que estar en el cuarto, en mi caso porque si no, no alcanzaba el internet. Pero pues sí, teníamos que mantener ese espacio de respeto, porque mi hermana también estudia, entonces era a cierta hora, era estar en silencio, o sea guardar mucho silencio, para que tanto ella como yo pudiéramos estar atentas y no distraernos porque, como estamos en la casa, surgen muchas cosas que te distraen o que necesitas, porque estás en otro espacio necesito cocinar, necesito limpiar, necesito atender a mis perros, o sea, entonces, pues mientras una hacía eso, la otra lo hacía pero en silencio para no interrumpirnos. (Karen, grupo de discusión 8, agosto de 2022)
Yo tomaba las clases en casa de mi tía, porque en la mía no tenía internet, así que me fui un buen tiempo a vivir con ella. Pero, como estaban mis primas pequeñas, el concentrarme resultaba ser muy complicado, y con eso vino la ansiedad. (Ariel, entrevista personal, julio de 2022)
Las clases remotas se vieron impactadas, alteradas, por la pandemia y la situación de confinamiento, y a decir de sus protagonistas, sus repercusiones fueron considerables. En efecto, la actividad educativa se veía apretujada, constreñida, en espacio reducido y a múltiples manos, porque había más gente en el espacio re-inaugurado para vivir, trabajar y estudiar. Y es que la pandemia volteó todas estas posibilidades, pues al cerrar los centros escolares, puso en pausa la labor creativa, de interacción y de distancia con respecto a la familia. Aunque pareciera que su labor era reguladora, no, puesto que continuaba dando pautas para los tiempos activos y, más aún, incrementando las llamadas tareas y actividades extra clase (Plá, 2020).
El encierro llevó a distintos puntos la reflexión no solo sobre lo que estaba ocurriendo, sino sobre el papel que uno mismo estaba jugando en este entramado de adversidad, pues la pandemia:
Trajo consigo un autoconocimiento personal, yo era mi compañera las 24 horas del día: seis horas frente a una computadora o aparato electrónico, para estar “presente” en clases, y el resto de las horas se mezclaban entre hacer tarea, trabajos, exámenes, estudiar, hablar con amigos o familiares, ver televisión, leer, hacer ejercicio, comer, descansar y repetir. Sin dejar de mencionar que estas actividades escolares y extraescolares las realizaba mediante aparatos electrónicos, ya que por orden del gobierno y para cuidar mi salud, no se podía salir, ir a lugares muy concurridos; prácticamente, mi vida dio un giro de 180 [grados] porque no estaba acostumbrada a pasar horas, días, meses y menos años en confinamiento. (Yuri, grupo de discusión 3, agosto de 2022)
Hay que recordar que el modelo de escuela, en diversas latitudes, tiene, entre otras funciones, la de la regulación social, indica los tiempos activos durante el día y el año; en educación básica cuida a los infantes mientras sus papás están en actividades laborales. La escuela brinda posibilidades a sus educandos de crear sus propios espacios con distancia de sus papás, interactuando e intercambiando saberes con integrantes de su generación.
El enclaustramiento propició distracción, interrupción, desgaste, cansancio, además de que las condiciones materiales y de espacio no son las óptimas:
Tomaba mis clases online en mi cuarto, sentada en una silla frente a mi escritorio, a veces mi computadora o tableta; otras, en medio del tráfico estaba escuchando mis clases. Había muchos factores que alteraban mi atención: en mi casa, los perros ladraban, prendían la bomba de agua o la licuadora, se escuchaban gritos, música o peleas de vecinos. De igual manera, las conversaciones de mi familia se interponían. Otros: malos días el internet, pues se caía o la lluvia lo volvía más lento. (Mendel, entrevista personal, julio de 2022)
Como podrá advertirse, se invadió la esfera privada con la actividad educativa, la vida familiar y personal se vio embestida; se infectó el espacio domiciliario (Plá, 2020). En la educación básica, la Secretaría de Educación Pública (SEP) mandató que las familias estuvieran al servicio de la escuela. En el caso del nivel superior, las universidades llamaron a que aprendices se hicieran responsables de parte del proceso mediante herramientas tecnológicas.
En ello se inscribe el hecho de que se tuvo que entrar a la zona de las denominadas Tecnologías de Información, Comunicación y Conocimiento para el Aprendizaje Digital (TICCAD), y su uso en la educación, particularmente en la enseñanza, que si bien existían antes no eran del campo de dominio de estudiantes y docentes. En este sentido, los participantes lograron percibir lo problemático de esta situación:
El primer semestre en línea no fue tan bueno, solo algunos profesores se pusieron en contacto con nosotros, otros solo se comunicaban con un solo alumno y mandaban solamente las tareas sin explicación alguna. (Carlos, entrevista personal, julio de 2022)
Cuando empezó la pandemia, había una desorganización entre los maestros, y al principio las clases llegaban a ser muy aburridas: los profesores solo dejaban cantidades inmensas de lectura y tarea. Mis clases eran seguidas y no nos daban ni cinco minutos para descansar. (Guadalupe, entrevista personal, julio de 2022)
El reto de afrontar las clases vía remota fue enorme, haciéndose evidente la prácticamente nulidad de este tipo de trabajo. Los cursos de capacitación para generar habilidades tecnológicas no se hicieron esperar, pero esto resulto poco eficaz. En el caso mexicano había algunos precedentes, como los Sistemas de Universidad Abierta (SUA), la telesecundaria o el Instituto Latinoamericano de Comunicación educativa (ILCE) vía satélite, que no estaban trabajando con el modelo presencial, y cuyo eco solo se mostró en ciertos grupos, pues no fue generalizado.
Quienes tomaban las clases se vieron afectados, igual que su formación en esos semestres de pandemia y encierro obligado; los relatos así lo muestran:
Tomar clases online fue un reto para mis profesores y para mí, puesto que no tenemos la cultura digital básica o necesaria para llevar a cabo las clases de un día a otro en plataformas. Aprendimos juntos a utilizarlas, conocimos a nuestros nuevos maestros: teams, zoom, meet, los cuales fueron complejos, claro que no eran perfectos, tenían sus fallas, sus trabas, y si a esto le agregamos la mala conexión y acceso a internet según nuestra zona, se vuelve más caótico. (José, grupo de discusión 1, agosto de 2022)
Para mi tercer semestre, ya hubo una mejor comunicación con los docentes y ya pude regularizarme un poco, aunque no me gustaba/acomodaba estudiar así. (Laura, entrevista personal, julio de 2022)
En términos digitales, el cuerpo estudiantil y académico aprendieron juntos; este periodo evidenció que hay una brecha digital entre distintos sectores de la sociedad mexicana, lo cual se traduce en desigualdades educativas, que se ve acentuado en una crisis sanitaria como la de COVID-19. El paso de lo físico a lo virtual es nuevo, no debiera ser así con el uso de las tecnologías en educación, pues antecedentes había, como ya se señaló, pero, para una parte amplia de docentes y estudiantes, lo fue.
Esta percepción y representación sobre las tecnologías se fue desarrollando en el transcurso de la experiencia remota de la actividad educativa. Se fue generando sentido y comprensión sobre cómo son las clases en esta nueva modalidad, y se compara con lo ya conocido, con el modo que se tenía en las clases presenciales, ese anclaje de la cultura de la que se habla en las representaciones sociales (Jodelet, 1984/1994; Moscovici, 1961/1979).
Ese pensamiento social se va mostrando en la medida que nos adentramos en las narraciones de la comunidad estudiantil cuando expresan ideas sobre cómo se desarrollaron las clases virtuales. Diversos relatos dan cuenta de la percepción sobre las condiciones adversas en que se experimentó este periodo de enseñanza, pues la infraestructura con que no se contaba, no solo se remite al espacio en que se habitaba, sino la materialidad de los instrumentos con que se enfrentaba el reto del aprendizaje y la construcción del conocimiento.
Todas mis cosas, incluida mi compu, se habían quedado en la CDMX, porque un día vine a[l estado de] Morelos y ya no regresé; así que tenía que trabajar solo con un pequeño teléfono y un pésimo internet. Hacer mapas mentales en un teléfono no estaba tan padre, y ni siquiera tenía un cuarto asignado para mí. (Pedro, grupo de discusión 3, agosto de 2022)
Había que retomar los cursos, así fuera vía remota y con escasa infraestructura. La Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares, de 2019 indica que en México el 44.3 % de los hogares tenían computadora, 56.4 % contaban con acceso a internet, y 44.6 % de los usuarios usaban la computadora como herramienta de apoyo escolar (Cruz, 2020). Es decir, menos de la mitad contaban en casa con computadora o la usaban como mediador en el conocimiento. Al respecto, hay que indicar que, sobre ciertos servicios, como el internet, que se requerían para enfrentar la pandemia, su sentido privado se ha visto favorecido. Asimismo, otra encuesta nacional de 2018 (Coneval), mostraba que el 11.1 % de la población carecía de calidad y espacios para la vivienda, y el 19.8 % tenía una falta de acceso a los servicios como agua, luz eléctrica, drenaje, acentuándose sobre todo en el Sur del país, en casos como Guerrero, Oaxaca o Chiapas (Cruz, 2020).
Ciertamente, las condiciones económicas desfavorables, las viviendas sin condiciones óptimas, la carencia o el poco recurso en equipos confluyeron en esta pandemia o, más bien, se mostraron y jugaron un papel central al lado de la COVID-19, y tuvieron su impacto en la edificación del conocimiento.
Había ocasiones en las que me distraía mucho con lo que encontraba a mi alrededor, por ejemplo, la televisión, mi familia, los vecinos, etcétera. Otro problema que puedo decir que se presentó, fue la conexión a internet y los aparatos que utilicé para conectarme. El internet a veces fallaba y me sacaba de las clases o no me cargaban las presentaciones que se hacían, se trababa la voz o la imagen, lo que a veces me frustraba… Mi computadora la tengo desde que iba a la secundaria, entonces había momentos en que se trababa, no aparecía el ícono del wifi, no tiene cámara ni sirve la entrada para USB, a pesar de que la mandé a arreglar, no sirvió de mucho. Tomé la decisión de conectarme a las clases por el celular, lo cual también traía otros problemas porque no podía visualizar bien las presentaciones y demás cosas. (Alex, entrevista personal, julio de 2022)
En las representaciones sociales, se consideran las posiciones particulares, en tanto que se colocan en una versión global sobre el tema u objeto de pensamiento social, en este caso, de las clases en línea. Las clases, en ese sentido, se miran como una “acción educativa”, hurgando lo que piensan y hacen los “agentes educativos” (Prado, 2000, p. 129).
Estas opiniones, representaciones, “visión del mundo”, se expresan en conversaciones, entrevistas, grupos de discusión, narraciones, en escritos, en distintos espacios donde la palabra pueda expresarse, donde se signifique lo acontecido:
Fue un gran cambio la transición a lo virtual. Para empezar, el prestar atención en las clases en línea era algo triunfal, pues había ruidos externos de la familia, el equipo de cómputo e internet eran deficientes; y súmale a eso que tenía miedo e incertidumbre de ¿qué va a pasar con mi familia o conmigo? (Adi, grupo de discusión 6, agosto de 2022)
Pese a las condiciones adversas, las clases se fueron desarrollando, las actividades académicas continuaron. Se va narrando el contexto, la situación, las dificultades, la sensación que se experimenta, todo lo cual no estaba presente, no en la planeación ni configuración del ejercicio virtual de los cursos; eso se fue “descubriendo” en el transcurso de la práctica educativa y con ello se tuvo que lidiar, tanto de parte de docentes como de educandos.
La representación de las clases presenciales es de un tipo: instalaciones, interacción, relaciones, intercambio, usos de espacios, socialización, etcétera (Mendoza et al., 2023); y en el caso remoto son otros los mecanismos que operan, como se ha visto en este escrito.
Las competencias digitales requieren mantener un equilibrio funcional entre las capacidades tecnológicas, informacionales, socio-comunicativas, culturales, emocionales y de gestión que permiten el uso seguro, crítico y creativo de las tecnologías (Turcott et al., 2022, p. 4). Se ha fomentado la percepción de que el simple hecho de que los estudiantes mantuvieran interacción con los dispositivos electrónicos y las plataformas era suficiente para propiciar los aprendizajes que se requerían atender en tiempos de confinamiento. La experiencia ha mostrado, según los datos recabados en la investigación realizada (Mendoza et al., 2023), que los estudiantes no contaban con las habilidades suficientes para enfrentar la enseñanza mediada en condiciones virtuales. Lo anterior se refuerza porque lo que se requería en realidad era transformar las interacciones humanas, mediadas por los espacios de interacción en red y los servicios digitales disponibles. Es así que el mero uso del dispositivo por sí mismo resultó insuficiente.
El drástico paso de tener clases presenciales a tomarlas en línea implicó la entrada a un mundo incierto en la construcción del conocimiento, tanto para alumnado como para profesorado. La interacción social, el cara a cara, el gesticular frente al profesor, se esfumó de un momento a otro, cuando la pandemia causada por la COVID-19 se instaló en el mundo.
Una buena parte de las actividades académicas se desplazaron al espacio semiprivado del hogar, los actores ya no eran solo instructores y aprendices, pues la familia se vio involucrada de manera forzada; convivir y sufrir interrupciones durante las clases fue una constante en esta nueva modalidad, abriendo grietas en el proceso educativo (Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación [IISUE], 2020, p. 53).
Las actividades remotas mostraron las carencias que experimentan las familias de nuestro alumnado respecto a las viviendas, el internet y el equipo con que se cuenta para tomar clases. En medio de la tragedia, van emergiendo relatos humanos, afectivos, de flaquezas, de personas que narran sus experiencias en la adversidad, haciendo necesario forjar percepciones y representaciones a partir de la experiencia propia y la otredad para comprender lo que estaba sucediendo en su proceso formativo en línea.
El pensamiento social se pone de manifiesto en lo expresado en las narrativas. En lo narrado por la comunidad estudiantil, se identifican creencias sobre determinadas prácticas educativas y el sentido que se le atribuyen a ciertas acciones, y las propias expectativas que se van configurando sobre esta modalidad de clases, y de esta manera se van expresando ideas, pinceladas de teorías cotidianas, sobre cómo son y deben ser las clases universitarias (Prado, 2000, p. 130). El (sin)sentido de las clases remotas ha estado presente en distintos testimonios; es una idea compartida.
Después de estar prácticamente toda su vida tomando clases de modo presencial, se va arraigando un pensamiento de cómo deben ser los estudios de licenciatura, y esto implica, entre otras cuestiones, a los salones a las bibliotecas, a la interacción cara a cara con docentes y estudiantes, al uso de espacios y horarios establecidos. Este pensamiento, esta idea-representación se rompe cuando una pandemia irrumpe en la vida de la sociedad y modifica su dinámica, a grado tal de encerrar a su gente en el lugar que habita y donde duerme, para que realice actividades que siempre ha desarrollado en un sitio “adecuado” y con infraestructura para ello.
Pasar del salón de clase a la pequeña casa para tomar lecciones sobre alguna licenciatura, trajo consigo la reformulación y creación de percepciones y representaciones distintas a las conocidas sobre cómo edificar el conocimiento. Se fue generando un pensamiento grupal, una mente compartida. Lo nuevo se iba explicando en función de lo antiguo; lo extraño en función de lo familiar. Se vieron ventajas al estar en una nueva modalidad, como realizar una actividad paralela al estar frente a la computadora o el celular en una sesión académica. Asimismo, se vieron una serie de desventajas que no posibilitaron que el desempeño fuera el adecuado.
Durante el desarrollo de la pandemia, y de las actividades escolares en línea y en casa, se dijo una y otra vez que la escuela debía cambiar, asumiendo los retos que se plantearan después de la contingencia, reforzando el uso de tecnologías en la educación. Seguimos esperando.
Este trabajo es producto de una investigación realizada en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), México: “La representación social que tienen estudiantes sobre las clases presenciales y en línea”, que se efectuó durante 2022 con alumnas y alumnos de la UPN. Aprobado y financiado bajo el Programa PIDI-2022. Agradecemos a la institución y participantes haber hecho posible el presente análisis.
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JORGE MENDOZA GARCÍA
Profesor titular de la UPN-Unidad Ajusco México. Licenciado en Psicología y Maestro en Psicología Social por la Facultad de Psicología de la UNAM, Doctor en Ciencias Sociales por la UAM-Xochimilco. Miembro del SNI Nivel I. Líneas de investigación: memoria colectiva y olvido social, así como la construcción social del conocimiento.
jmendozag@upn.mx
https://orcid.org/000-0003-2165-75220
MARÍA YOLANDA QUIROZ ARCE
Docente de la UPN-Unidad Ajusco México. Licenciada en Psicología Educativa y Maestra en Educación Básica con especialidad en Desarrollo de Habilidades del Pensamiento por la UPN. Su línea de investigación es Desarrollo y Aprendizaje. Participa en actividades docentes y de tutoría universitaria, así como proyectos de investigación y gestión académica.
maquiroz@upn.mx
https://orcid.org/0000-0003-1989-5652
FORMATO DE CITACIÓN
Mendoza-García, J. & Quiroz-Arce, M. (2024). Las clases universitarias durante la pandemia: una aproximación desde el pensamiento social. Quaderns de Psicologia, 26(3), e2041. https://doi.org/10.5565/rev/qpsicologia.2041
HISTORIA EDITORIAL
Recibido: 25-04-2023
1ª revisión: 29-01-2024
Aceptado: 24-05-2024
Publicado: 12-2024