Quaderns de Psicologia | 2024, Vol. 26, Nro. 3, e2124 | ISSN: 0211-3481 |

https://doi.org/10.5565/rev/qpsicologia.2124

Configuración emocional en familias monoparentales: entramado de prácticas y saberes

Emotional Configuration in Single-parent Families: Weaving of Practices and Knowledge

Sandra Liliana Aya Angarita

Universidad Nacional de Colombia

RESUMEN

La monoparentalidad, como un evento transgresor de normas sociales, lleva a vivir a las familias variadas interacciones emocionales. El presente artículo investigativo muestra modos en que se entretejen las prácticas y los saberes afectivos de 8 familias monoparentales en Bogotá, Colombia. Los ejes teóricos se inscriben en la psicología, la antropología y la sociología, bajo perspectivas complejas y decoloniales, visiones que se articulan con una investigación cualitativa de corte emergente y con técnicas de la etnometodología. Los hallazgos evidencian prácticas y saberes hegemónicos y alternos que emergen en marcos históricos y culturales circunscritos en la modernidad europea, mandatos que se desafían para crear relaciones armoniosas y que confluyen en la intersubjetividad individual y familiar. Se concluye, entre otras cosas, que, aunque hay retos adicionales a los que experimentan otras familias, los desafíos en las relaciones afectivas de las familias monoparentales se inscriben en inequidades estructurales y culturales articuladas al género.

Palabras clave: Familia; Monoparentalidad; Configuración; Afectividad

ABSTRACT

Single parenthood, as an event that transgresses social norms, leads families to experience varied emotional interactions. This investigative article shows ways in which the emotional practices and knowledge of 8 single-parent families in Bogotá, Colombia are interwoven. The theoretical axes are inscribed in psychology, anthropology and sociology, under complex and decolonial perspectives, visions that are articulated with emerging qualitative research and with ethnomethodology techniques. The findings show hegemonic and alternative practices and knowledge that emerge in historical and cultural frameworks circumscribed in European modernity, mandates that are challenged in order to create harmonious relationships, and that converge in individual and family intersubjectivity. It is concluded, among other things, that, although there are additional challenges to those experienced by other families, the challenges in the emotional relationships of single-parent families are part of structural and cultural inequalities articulated to gender.

Keywords: Family; Single parenthood; Configuration; Affection

INTRODUCCIÓN

La familia, escenario por excelencia del entrecruce emocional, indudablemente ofrece a la humanidad las herramientas básicas para la satisfacción de sus necesidades primarias (Hernández, 1997/2017) y para el desarrollo de su entorno psicosocial (Perinat, 2007). Sin embargo, son muchos los desafíos a los que nos vemos expuestos para co-crear entornos emocionales seguros.

Uno de ellos, la expresión y normalización de patrones culturales y sociales en las interacciones íntimas o isomorfismos (Garibay, 2013) que, entre otras cosas, intentan forzar un ideal de familia heteropatriarcal y biparental en medio del empoderamiento femenino en la vida pública, situación que prolonga las inequidades de género en la vida privada, puesto que no hay una redistribución de tareas, fomentando así dobles jornadas de trabajo de las madres y con ellas sobrecarga emocional (Arraigada, 2007; Jeling, 2020).

Así pues, bajo la presión de mantener “el sagrado ámbito de la familia” (Palacios, 2009, p. 48), las progresivas transformaciones del ideal de familia moderna —imaginario naturalizado y sustentado en la feminización del cuidado y las emociones (Illouz, 2007) y en la noción de una masculinidad hegemónica que se desconecta de su realidad emocional (Ramírez, 2013)— conlleva a tensiones y posibles confrontaciones que dificultan la creación de entornos de protección y que suponen grandes desafíos en la creación de ambientes afectivos equilibrados en las interacciones íntimas.

Entre todos los giros en el “microcosmos relacional” de la familia tradicional (Jeling, 2020 p. 198), llama la atención una creciente tendencia que ha sido nombrada como “monoparentalidad”, concepto polisémico, heterogéneo, con varias imprecisiones teóricas (Avilés, 2015; Martínez y Fernández, 2017), y que se presenta por diversas causas y en variadas formas, entre ellas, se reconoce la monoparentalidad femenina y masculina no intencional y la monoparentalidad voluntaria mediante reproducción asistida o adopción, modelo familiar alterno influenciado por los movimientos feministas (Díez et al., 2016; Domínguez de la Rosa y Millán-Franco, 2021).

La expresión más común en Latinoamérica es la monoparentalidad femenina no intencional, enmarcada en la ausencia del padre, bien sea por muerte o por abandono deliberado, bajo rupturas conflictivas. Al respecto, ONU Mujeres (2020) indica que “América Latina y el Caribe presenta la mayor tasa de hogares monoparentales del mundo (11 %)” (p. 2). Particularmente, Colombia es el segundo país en el planeta donde más se presenta esta condición bajo la jefatura femenina (Focus Global, 2014). Así mismo, según datos oficiales (Departamento Nacional de Planeación, 2015) este es un fenómeno más urbano que rural; por ejemplo, específicamente en Bogotá, contexto donde se desarrolla el presente estudio, del total de familias identificadas, el 23,7 % se reconocen bajo esta tipología (PROFAMILIA, 2015).

Este grupo primario de convivencia familiar, a cargo de una sola persona adulta (hombre o mujer) de manera principal o exclusiva, que como cualquier sistema es dinámico, cambiante y complejo, independientemente del tipo o causa, transgrede a las ideas heteropatriarcales y biparentales de familia y teje variadas experiencias emocionales, tal vez distintas a las que viven otras familias (Di Nella et al., 2014).

Dadas las inquietantes cifras, sumado al interés por entender las maneras en que estas familias entretejen sus emociones bajo isomorfismos que replican estructuras y transformaciones ideológicas que resignifican a la familia tradicional, emprendo el rastreo investigativo que en principio me lleva a comprender que adultos y adultas a cargo de las familias monoparentales utilizan diversas estrategias para favorecer la adaptación de hijos e hijas a las demandas del contexto y para crear entornos seguros (Almeda et al., 2016; Pérez, 2016; Rodríguez de Jesús y Pérez 2020).

No obstante, y pese a la creación de nuevos recursos para lograr un equilibrio, también se encuentran retos emocionales adicionales a los que viven todas las familias, o por lo menos así lo señalan varias investigaciones sobre monoparentalidad femenina que indican que, a diferencia de mujeres que cohabitan con sus parejas, las madres bajo esta experiencia presentan mayores episodios asociados al estrés, la ansiedad y la depresión (Hombrados y Olmos, 2016; Mercado, 2019).

Lo anterior asociado a los diversos desafíos que deben enfrentar, entre ellos, el aislamiento social que resulta de su condición, la falta de redes de apoyo para el cuidado de los niños y las niñas, la inexistencia de políticas públicas que asistan su situación o la imposibilidad de conciliar vida pública y privada. (Fernández-Martínez y Avilés-Hernández, 2020).

En lo que respecta a las situaciones emocionales de niños, niñas y adolescentes, encuentro diversos estudios que asocian la experiencia de la monoparentalidad con variadas afectaciones negativas en sus vidas. Por ejemplo, se identifican investigaciones que señalan que, a diferencia de hijos e hijas que cohabitan con padre y madre, estos chicos y chicas presentan mayor incidencia en los sentimientos vinculados al autorrechazo o a la culpa, mayores dificultades en el ámbito escolar y marcadas tendencias al aislamiento social o a comportamientos disruptivos (Conforme et al., 2019; López-Mero y Pibaque-Tigua, 2018).

Cabe decir que, aunque el rastreo investigativo mostró en su mayoría estudios vinculados al déficit, hay investigaciones que avalan lo contrario, como aquellas que indican que hijos e hijas de madres solas por elección desarrollan competencias académicas y sociales adecuadas, tienen un alta autoestima y además cuentan con buen ajuste de comportamientos y emociones; esto destacando que sus madres en general cuentan con solvencia económica, altos niveles educativos, y redes de apoyo y bienestar psicológico (Díez, 2015; Murray y Golombok 2005).

También es importante anotar que la institucionalización y normalización cultural y social de la biparentalidad incide de manera importante en los procesos adaptativos de niñas y niños pertenecientes a familias monoparentales. Un ejemplo de ello lo muestra Soledad Vercellino (2017), quien en su estudio evidencia cómo los sistemas educativos, a través de sus políticas y lineamientos, invisibiliza esta tipología familiar o, peor aún, la señala como un factor de “peligro para la escolarización de los hijos” (p. 11) y para su éxito académico, creencia contraria a la realidad de muchos chicos y chicas.

En cuanto a la monoparentalidad masculina, que según lo evidenciado suele excluirse (Avilés, 2016), encuentro estudios que reconocen las tensiones vividas por los padres alrededor de la obligada transformación de sus estilos de vida que ahora deben priorizar la vida privada más que la pública, cambio que inminentemente confronta sus significados sobre masculinidad, paternidad, apoyo y emociones (Abade y Romanelli, 2018; Cano et al., 2016; Tachibana y Goulart, 2020).

Tales tensiones están acompañadas por la percepción de incompetencia frente al cuidado afectivo de hijos e hijas, por la dificultad para deshacerse de los estereotipos de género y el rol de padre tradicional y por la incapacidad del ajuste emocional después de las rupturas con sus exparejas (Mena, 2015; Zapata y Cataño 2021).

Gracias al rastreo llevado a cabo, logro evidenciar algunos avances significativos que muestran las diversas vivencias de estas familias, sobre todo en la voz de las madres en entornos de vulnerabilidad social; no obstante, y aunque existen algunos estudios que hablan sobre las interacciones en la díada madre-hijo (Olhaberry y Santelices, 2013; Olhaberry, 2011), fue difícil encontrar investigaciones que ofrecieran comprensiones sobre la forma en que se entrecruzan las emociones de todos los integrantes de la familia. Tampoco fue sencillo encontrar publicaciones que incluyeran las voces de niños, niñas y adolescentes frente a sus propias experiencias o que se desmarcaran del déficit y de la monoparentalidad femenina en contextos de pobreza y exclusión social.

Bajo este escenario se hacía pertinente preguntarse por las maneras en que se configuran las emociones en las interacciones íntimas de las familias monoparentales no intencionales, familias que estuviesen ubicadas en zonas urbanas no necesariamente en entornos de pobreza, que ofrecieran la versión femenina y masculina y que incluyeran las interpretaciones de niños, niñas y adolescentes.

Lo anterior, conectado con la idea de que las emociones o los afectos hacen parte de la naturaleza humana (Maturana, 2002), confluyen en la subjetividad (González-Rey, 2006) con diversos procesos biológicos, cognitivos, conductuales, históricos y evolutivos (Morin, 2011), y se manifiestan y entretejen en la intersubjetividad (Arango, 2009) a través de prácticas o secuencias de comunicación que se repiten en la vida cotidiana (Hernández, 1997/2017), prácticas soportadas en símbolos y reglas locales que se constituyen en saberes culturales (Le Breton, 1998).

En ese marco, el objetivo general de la investigación fue comprender la configuración de saberes y prácticas afectivas en familias “monoparentales” con jefatura masculina y femenina, de la ciudad de Bogotá, Colombia, acompañado este propósito por tres objetivos específicos: describir los saberes sobre afectividad de estas familias, develar sus prácticas emocionales y reconocer tales prácticas y saberes a la luz de sus historias familiares. Para entender esta compleja interacción de prácticas y saberes, consideré oportuno hacer uso del método cualitativo bajo el paradigma emergente, articulado este a perspectivas decoloniales y complejas y a algunas nociones de la etnometodología.

MÉTODO

Bajo el desafío de comprender la configuración emocional, recurrí a la investigación cualitativa bajo el paradigma emergente (Valles, 2007) vinculado a las perspectivas compleja y decolonial (Castro-Gómez, 2007; Morin, 2011), y a técnicas de la etnometodología, cuyo énfasis se ubica en la descripción de las claves culturales y en la comprensión de las interacciones cotidianas (Galeano, 2004).

Todo en su conjunto, permitió un ejercicio de co-labor que, además de ser riguroso, creativo e intuitivo (De Sousa, 2018; Ortiz y Arias, 2019), también favoreció interpretaciones de sujetos reflexivos y co-creadores de su propia realidad y miradas heterárquicas de la pluralidad de conocimientos científicos y no científicos (Castro-Gómez, 2007; Ghiso, 2009; Ortiz, 2015).

Para la elección de las familias, implementé la técnica de bola de nieve, lo que llevó inicialmente a establecer un muestreo abierto (Strauss y Corbin, 2002), que permitió el acercamiento a un aproximado de 30 padres y madres interesados en la investigación. En este proceso se seleccionaron sitios y personas específicas se desarrollaron varias entrevistas preliminares con base en la ubicación geográfica y las experiencias sobre la monoparentalidad. Esto se hizo hasta que la información fue reiterada y no emergieron “datos nuevos e importantes” (Strauss y Corbin, 2002, p. 231). En otras palabras, hasta que las categorías iniciales estuvieron saturadas. Se llegó entonces a un muestreo intensivo que seleccionó a 8 familias (tabla 1) “casos muy ricos en información y que manifestaron el fenómeno de estudio intensamente, pero no de forma extrema” (Martínez, 2013, p. 87).

Tabla 1. Familias participantes*

Familia

Integrantes

Edades

Lugar de origen familia extensa

Tiempo de experiencia bajo la condición de monoparentalidad

F1

Padre

42

Altiplano Cundiboyacense

7 años

Hijo 1

11

Hijo 2

8

F2

Madre

46

5 años

Hija

15

F3

Padre

35

Tolima y España

Nunca convivió con la madre de su hijo

Hijo

11

F4

Madre

38

Altiplano Cundiboyacense

10 años

Hija

10

F5

Madre

41

4 años

Hija

11

F6

Padre

46

20 años

Hijo

18

F7

Madre

52

Pacífico Colombiano y España

17 años

Hijo

18

F8

Madre

43

Altiplano Cundiboyacense

10 años

hijo

10

* Datos socioeconómicos de todas las familias: clase media

Los principales criterios de inclusión establecieron la participación de padres y madres motivados por establecer procesos de autodescubrimiento y reflexión, todos de clase media y ubicados en la ciudad de Bogotá. Dichas familias, bajo principios de representatividad cualitativa y homogeneidad, incluyeron el conocimiento y la experticia de madres y padres entre los 35 y 55 años, separados, divorciados o sin relación estable con el otro u otra progenitora, y cuya experiencia en el cuidado y la crianza de los niños, niñas o adolescentes sin el apoyo del otro u otra progenitora, no fuese menor a 4 años.

Los criterios de exclusión establecieron que las familias no atravesaran por situaciones de vulnerabilidad extrema o crisis profundas; también que sus hijos e hijas no fuesen menores de 7 años, bajo la idea de que en las edades escolares (de 7 a 12 en adelante) hay escenarios más claros de reciprocidad, los niños y las niñas desarrollan procesos cognitivos y sistemas de creencias más complejos y además “ponen a prueba las reglas familiares” (Hernández, 1997/2017, p. 125), condición que ofreció una riqueza significativa en los datos obtenidos.

Bajo los principios éticos requeridos (Moreno, 2018), el proceso instituyó una comunicación empática, cercana y honesta que permitiera a los participantes aclarar dudas y expectativas, conocer riesgos y beneficios y mantenerse informados sobre los avances y los resultados finales de la investigación. Tal diálogo reflexivo favoreció la legitimación del conocimiento obtenido (González-Rey, 2000). Esto fue acompañado de una constante auditoría externa (Vasilachis, 2007) por parte de pares, tutores y lectores tanto nacionales como internacionales.

Para la recopilación de datos, circunscrita en las nociones metodológicas elegidas, apunté a cuatro principios que guiaron la acción investigativa (Aya-Angarita, 2023). Esto llevó a la creación de los instrumentos enmarcados en dichos principios y articulados a los objetivos específicos (tabla 2).

Tabla 2. Instrumentos para la recopilación de datos

Instrumento

Descripción

Referentes conceptuales para su construcción

Grupos reflexivos (objetivo 1 y 2)

Espacios de diálogo, seguridad y confianza, acompañados de preguntas detonantes, que problematizan la realidad.

Número de encuentros: 3, uno con padres, uno con madres y uno con todos los adultos y adultas.

Duración de cada encuentro: de 1 hora y 30 minutos a 2 horas.

Lugar de encuentro: Bogotá, Colombia.

Principio metodológico: Co-creación de espacios para el diálogo de saberes - Reflexividad continua.

Reflexividad dialógica (Ghiso, 2009; Ghiso y Tabares, 2011). Sentidos subjetivos (González-Rey, 2006). Diálogos configurativos, dialógicos e intersubjetivos (Ortiz, 2015). Grupos de discusión y reflexividad (Gutiérrez, 2008).

Autodescubrimiento de la cotidianidad familiar (objetivo 1 y 2)

Auto-reportes diarios de no más de 10 minutos grabados en audio o video por máximo 1 mes, que involucraran el diálogo entre todos los integrantes de la familia al final del día.

Número de encuentros: al finalizar el proceso de auto-reporte, se desarrolla un encuentro entre investigadora y cada una de las familias para recoger impresiones y conclusiones.

Duración del encuentro final con cada familia: 1 hora.

Lugar de encuentro: Bogotá, Colombia

Principio metodológico: Reconocimiento de cotidianidades familiares - Reflexividad continua.

Sujetos conscientes y constructores de realidad (Ghiso, 2009; Ortiz, 2015). Herramientas metodológicas implicativas e interactivas (Ghiso, 2009; Ghiso y Tabares, 2011). Expresión de sentidos subjetivos (González-Rey, 2006).

Espirales del tiempo emocional (objetivo 3)

Reconocimiento por parte de adultos y adultas de dos escenarios importantes de sus experiencias vitales: acontecimientos significativos de la vida familiar actual y extensa, por un lado, y emociones que acompañaron dichas experiencias, por otro. El principal propósito de este ejercicio fue reconocer patrones de comunicación emocional recurrentes a través del tiempo de las historias familiares.

Número de encuentros: de uno a dos con cada padre o madre, según conveniencia.

Duración de cada encuentro: 1 hora y 30 minutos aprox.

Lugar de encuentro: Bogotá, Colombia.

Principio metodológico: Identificación de contextos - Reflexividad continua.

Ecología de temporalidades (De Sousa, 2018). Principio de recursividad (Morin, 2011). Tiempo de bucle (Hernández, 1997/2017). Historia de vida como instrumento para la investigación social (Vasilachis, 2007).

La estrategia del análisis de los datos no se enfocó en buscar causas de la conducta humana, sino en interpretar cómo esta se produce en las interacciones (Pomerantz y Fehr, 2000). En consecuencia, enmarcada en algunos preceptos del análisis de la conversación y de la teoría fundamentada, desarrollé cuatro etapas para este momento de la investigación.

La primera de ellas abarcó una minuciosa transcripción sociolingüística de todos los testimonios recogidos, transcripción que, además de las palabras, incluyó entre otras cosas, “vacilaciones, interrupciones (…) silencios, risas y conductas no verbales” (Galeano, 2004, p. 184) implícitas en las conversaciones de cada encuentro. Esto favoreció la codificación abierta, o, dicho en otros términos, la identificación de códigos que dieran cuenta de recurrencias, segmentos significativos y semejanzas relacionadas con las prácticas y los saberes emocionales (Coffey y Atkinson, 2005; Gibbs, 2012/2019; Ortiz, 2015; Strauss y Corbin, 2002).

La segunda fase conllevó una codificación axial, es decir, la unificación de códigos iniciales para definirlos en un solo enunciado o fenómenos significativo para los participantes (Gibbs, 2012/ 2019; Strauss y Corbin; 2002), dando como resultado la emergencia de categorías, entre ellas, saberes cotidianos y hegemónicos, pautas emocionales, patrones afectivos intergeneracionales y experiencia de monoparentalidad.

El reto se situó entonces en discernir acerca de la compleja interconexión entre todas las categorías identificadas con los contextos históricos, sociales y culturales de los participantes. Para ello, en la tercera fase se prestó especial atención “en la organización temporal del desarrollo (…) de las diversas contingencias interactivas” (Pomerantz y Fehr, 2000, p. 105). Para apoyar esta tarea utilicé el instrumento de los mandalas configuracionales (figura 1), herramienta gráfica que ayudó a visualizar la lógica de las interacciones de aquellos procesos simultáneos y en espiral que hacían parte de la realidad de las familias y, con ello, las maneras en que tales procesos se articulaban con sus diversos ámbitos de relación (Ortiz, 2015; Strauss y Corbin; 2002).

Figura 1. Mandala configuracional

El ejercicio descrito aportó a la cuarta y última fase que encerró el proceso de diagramar —también a través de un mandala configuracional— y relacionar las recurrencias halladas en la totalidad de los relatos. Dichos hallazgos fueron confrontados en un espacio de devolución con todos y cada uno de los integrantes de las familias; acción que favoreció la redefinición e integración de las categorías centrales (Strauss y Corbin, 2002), que llevaron a la emergencia de nuevos conocimientos.

RESULTADOS

Antes del desarrollo del presente apartado vale decir que los saberes afectivos se instituyen como significados y sentidos construidos culturalmente sobre la experiencia emocional, tales saberes contribuyen interdependiente y recursivamente (Morin, 2011) a la emergencia y mantenimiento de las prácticas emocionales, definidas estas como intercambios afectivos que se repiten en el día a día y que se recrean en el hacer cotidiano (De Sousa, 2018). A continuación, expongo, en principio, el detalle de las prácticas y los saberes emocionales, para luego dar cuenta de su configuración en la vida de los participantes.

Prácticas y Saberes afectivos hegemónicos

Los saberes afectivos privilegiados o hegemónicos, encontrados sobre todo en adultos y adultas, son aquellos que fragmentan, categorizan y objetivan a las emociones. De ahí que las emociones se clasifican entre buenas y malas, siendo las malas más visibles, duraderas e impactantes en la vida de los y las participantes: “Las emociones buenas suelen ser esporádicas, en cambio, las emociones malas como el enojo, suelen tomar algunas horas” (Padre Familia 3, espiral del tiempo, junio de 2020).

También encuentro que, bajo estos saberes, independientemente del género de los participantes, sentir —emociones “buenas” o “malas”— es inadecuado. Esto, porque se define en general que las emociones hacen parte de la debilidad humana, son inútiles y hacen perder el tiempo: “En mi niñez de nada me servía llorar, estar triste, ponerme bravo” (Padre Familia 1, espiral del tiempo, noviembre de 2019).

Otro saber privilegiado, también sin distinción de género, determina que las emociones deben reprimirse al ser privadas. Lo que cambia es la manera de controlar; los padres ignoran, invisibilizan o niegan los afectos; por su parte, las madres los encubren y los soportan:

Me invento barreras para que los demás no me vean vulnerable porque puedo perder, eso hace que no pueda expresar mis emociones y lo que hago es desconocerlas para mí. (Padre Familia 3, espiral del tiempo, junio de 2020)

En mi crianza, mi emoción es algo que no se podía expresar, tenía que soportar, soportar es todo, es llorar y cuestionarse en silencio. (Madre Familia 7, grupos reflexivos, agosto de 2020)

Este tipo de saberes se relacionan con prácticas que censuran o limitan la dimensión emocional. Bajo estas prácticas se ubican dos secuencias de interacción que suelen repetirse a lo largo de los días. En la primera de ellas, caracterizada por acciones de poder y control, adultos y adultas intentan alinear, en algunos casos de manera violenta, a sus hijos e hijas con los cánones de represión emocional.

Padre: Cuento del 1 al 3 en el 2 ya estoy furioso y en el 3 exploto. Ellos me dicen, que soy bravo que no sé que… Hijo 11 años: y él no cambia. Padre: Ustedes tampoco ((tono molesto)), O sea, entre ellos se dicen que me odian. Hijo: Igual nosotros decimos eso, solo para que él se dé cuenta de que es muy amargado. (Familia 1, auto-reporte, noviembre de 2019)

Como se muestra en el anterior relato, en las secuencias interactivas, niños, niñas y adolescentes establecen “microresistencias” ante el autoritarismo, intentos, muchas veces infructuosos, ya que siempre deben ceder ante la imposición adulta: “la actitud de mi hijo es desafiante. Es una cuestión de hombres, de machos, pero soy la figura de autoridad y la autoridad no debe ser débil” (Padre Familia 1, auto-reporte, noviembre de 2019).

Las segundas cadenas de intercambio, vinculadas a la evasión y silenciamiento afectivo, se representan por el miedo permanente a enfrentar conflictos o a encontrarse con las emociones propias o de otros. Se reconoce que estas se expresan a través de silencios que invalidan los afectos. En algunos casos, tal mutismo se manifiesta a través del ensimismamiento adulto, retraimiento que transmite a hijos e hijas un mensaje de anulación y desconocimiento de su ser, circulando de esta manera en el silencio de la interacción familiar, emociones de dolor, culpa, enojo, desconcierto y confusión:

Hijo: Yo intento entenderlo, pero hay veces que no sé qué le pasa y tampoco me quiere decir ((padre sonríe)). Padre: y él viene, muchas veces después de un regaño o algo, en sana paz, para él no ha pasado nada, y yo insisto en ser agresivo, coloco mi barrera protectora, reprimo todas mis emociones y me alejo de todo el mundo. (Familia 3, auto-reporte, julio de 2020)

Prácticas y saberes afectivos alternos

Los hallazgos indican que Los saberes cotidianos, frecuentes en los relatos de hijos e hijas, en general legitiman a las emociones como parte importante del ser y sus relaciones; estos, que no son enseñados por nadie, surgen en la experiencia y se expresan a través de lenguajes alternos a aquellos que clasifican u objetivan la realidad.

Por ejemplo, cuando se hace difícil verbalizar lo que se siente, los participantes utilizan una suerte de retórica emocional, o el uso de figuras literarias como metáforas, símiles o prosopopeyas que relacionan a las emociones con sabores, colores o imágenes:

Hijo de 11 años yo estoy feliz en el mundo feliz, solo que veo diablitos. Hijo de 9 años (interrumpe): el mío es de unicornios que están a la entrada y también hay un arcoíris. (Familia 1, auto-reporte, noviembre de 2019). En mi mundo de las emociones hay dragones rojos y mi rabia a veces es como el fuego. (Hijo Familia 8, auto-reporte, diciembre 2019)

También, cuando faltan las palabras para expresar los sentires, se usan alegorías o símbolos que ayudan a transmitir saberes, convirtiendo, por ejemplo, a la música y a los alimentos en estrategias que comunican amor, empatía y ternura, y al cuerpo en un símbolo que, al abrigar la percepción de la variada gama emocional, proyecta sensaciones y, con estas, el mundo afectivo:

Nos comunicamos con el ritmo de la música, tu cuerpo habla más, hay más expresión de la emoción. (Madre Familia 7, grupos reflexivos, agosto de 2020). Hay una relación muy bonita alrededor de la cocina, para mí ese espacio es sagrado y muy emocional, ahí es donde quiero que esté mi hijo. (Padre Familia 3, espiral del tiempo, junio de 2020)

Este tipo de saberes se vincula con las Prácticas empáticas donde se reconocen secuencias de comunicación enmarcadas en el ofrecimiento continuo y recíproco de seguridad y confianza, lo que supone “danzas emocionales” o sincronías familiares en las que existe una fuerte presencia afectiva que posibilita en todos los integrantes las sensaciones de arraigo y protección:

Madre: Nos hemos acompañado y consentido mucho. Ha sido bonito ese sentimiento de APAPACHO que hay ahí presente Hija: [interrumpe] De apoyo. Madre: (mira a su hija) de apoyo ¿cierto? De acompañarnos. Hija: [interrumpe] la una a la otra (ambas se miran y sonríen). (Familia 4, auto-reporte, julio de 2020)

También se reconocen bajo este tipo de prácticas, por un lado, interacciones reflexivas, acompañadas de retornos de un Yo (adulto, infantil y juvenil) que se permite confrontar para transformarse y así fortalecer la relación y por otro, interacciones de apertura-libertad en la que padres y madres admiten su sentir y al mismo tiempo favorecen la expresión afectiva de hijos e hijas sin condiciones ni señalamientos:

Cuando realizo alguna acción que sea fuerte para él [para su hijo], después YO MISMO ME LA CUESTIONO y recuerdo también cómo fui tratado. (Padre Familia 1, espiral del tiempo, noviembre de 2019)

Hoy creo que ha sido un día diferente a todos, mi hija estuvo tranquila, expresó su molestia de otra manera, sin acudir al enojo, sino manteniendo la calma, pero creo que tiene que ver con que yo no la juzgué. (Madre Familia 2, auto-reporte julio 2020)

Entramado de prácticas y saberes afectivos

Hasta acá, he dado cuenta de los hallazgos que enuncian a los saberes y a las prácticas develadas. Sin embargo, los resultados ofrecen comprensiones sobre las maneras en que tales prácticas y saberes se entretejen en la vida de las familias. Para empezar, cabe decir que la configuración afectiva de los participantes se encuentra situada, emerge y se inscribe en contextos espacio-temporales o específicos (Marc y Picard, 1992): familias de clase media, en su mayoría bajo mandatos ideológicos de tipo conservador.

Lo anterior supone que la configuración emocional de estas familias se entrecruza con marcos ideológicos que demandan, además de personas productivas cuyo tiempo debe dedicarse más a la vida pública que a la privada, familias monogámicas, biparentales y patriarcales.

Entonces, los hallazgos muestran un contexto histórico e ideológico que inscribe un patrón afectivo construido durante 120 años de historias familiares, que define roles según el género y la edad y que rechaza y anula a las emociones en las interacciones cotidianas. Tal patrón, además, emerge en conexión con los “hitos afectivos” o experiencias claves que suelen ser dolorosas en la vida de la familia y que marcan emociones desagradables que perduran en el tiempo.

Por ejemplo, se encuentra en la totalidad de las familias participantes las historias de “matronas” o madres, abuelas y bisabuelas con o sin pareja que bajo el mandato del cuidado afectivo de las familias, manifestaban profundos agobios e inseguridades traducidas en acciones que manipulaban y violentaban las emociones tanto propias como de otros y otras: “La familia de mi mamá era un matriarcado tremendo, eso era Macondo y mi abuela era la mamá grande, todo el mundo le tenía miedo” (Madre Familia 4, espiral del tiempo, junio de 2020).

También, de forma reiterada, aparecen historias de hombres ensimismados, evasivos, temerosos y frustrados por no cumplir el “deber ser” masculino, además de aterrados por enfrentar conflictos y, aunque exitosos en la vida pública, “fracasados en la privada”: “Mi padre murió muy triste, callado, y enojado, creo yo que porque no logró sus metas en la vida, él prefirió silenciarse antes de arreglar los problemas con su familia” (Madre Familia 8, auto-reporte, abril 2020).

Finalmente, se identifican semblanzas de infancias anuladas a través de múltiples violencias, que marcaron dolores silenciosos, insertados al desamparo, el miedo, la culpa, la indignación, entre otros: “Mi abuela golpeaba a sus hijos, golpeaba a sus nietos, la relación siempre era de GRITO de ‘haga’ y de: ‘cayese, los niños NO TIENEN DERECHO A OPINAR’”. (Padre Familia 3, espiral del tiempo, junio de 2020).

Este patrón interactivo intergeneracional que se entreteje con la cotidianidad de las familias monoparentales, suele relacionarse con prácticas y saberes hegemónicos y tiende a manifestarse en la intersubjetividad intraindividual o “la comunicación que una persona tiene consigo misma” (Arango, 2009, p. 220).

En consecuencia, encuentro relaciones de adultos y adultas con su propio self desde “retornos conflictivos” que replican maneras en que padres y madres eran tratados en su niñez y se caracterizan por interpretaciones deficitarias del sí mismo que se entrecruzan con emociones desagradables y se expresan de maneras que suelen auto-agredir el Yo adulto: “Soy agresivo, soy prepotente, soy obstinado” (Padre Familia 1, espiral del tiempo, noviembre de 2019).

Los retornos conflictivos se reproducen en las interacciones con hijos e hijas, llevando a padres y madres a incorporar en la intersubjetividad familiar o en el “nivel conversacional” (Arango, 2009, p. 220) expresiones de control impositivo, acompañadas en varios casos por “inercias emocionales” o explosiones incontrolables cargadas de ira y frustración que intentan “normalizar” las acciones infantiles y se activan, entre otras cosas, cuando se reconoce en los hijos e hijas el reflejo de aquello que se encuentra desagradable en su sí mismo: “En la práctica, las reacciones emocionales le cogen a uno ventaja, cuando uno está alterado es como otro ser” (Madre Familia 4, espiral del tiempo, junio 2020).

Se identifica que tales secuencias interactivas contribuyen a la creación de momentos de agitación afectiva, donde entran en juego, además de la subjetividad adulta, la de niños, niñas y adolescentes que bajo sus ciclos vitales también construyen interpretaciones del ser adulto de sus padres y madres y de su propio yo. En estos momentos confluyen interpretaciones distantes, emociones desafiantes y acciones que suelen lastimar, lo que deriva en situaciones de presión y malestar que eventualmente causan conflictos familiares:

Madre: mis emociones, dependen de las tuyas. Si tú estás molesta, yo me preocupo mucho. Hija: para mí eso es un ASCO, ESO SIMPLEMENTE DESGASTA porque dependemos demasiado de las emociones de la otra y eso está muy mal, me parece que es terrible ((caen lágrimas de sus ojos)), es un peso, porque siento que tengo que hacer algo para que estés bien, pero la final igual no logro hacer nada. (Familia 2, auto-reporte, julio 2020)

Pese a que en la mayoría de los relatos prevalecen los momentos de agitación, reconozco que las prácticas y los saberes afectivos no son rígidos, ni tampoco están articulados a una causalidad lineal, al contrario, derivan de múltiples circunstancias a nivel intra e interpersonal. Por tanto, la configuración de saberes y prácticas afectivas de las familias monoparentales no siempre refleja conflictos ni está enmarcada por ideologías hegemónicas que desconocen a los afectos:

Pareciera que TODO EL TIEMPO ESTAMOS desde, la angustia, la intolerancia, el enojo, la frustración, pero siento que nosotros estamos más hacia la apertura del juego, la risa, la tranquilidad, la felicidad. (Padre Familia 3, auto-reporte, julio 2020)

Así pues, observo que cuando adultos y adultas, en determinadas ocasiones toman conciencia de su propio self, crean ámbitos de auto-aceptación, liberan emociones retadoras, validan sus recursos y reconocen sus propias limitaciones, en otras palabras, cuando madres y padres instauran relaciones seguras y reflexivas consigo mismos, se desafían mandatos culturales y se establecen interacciones basadas en la empatía.

Veo cosas mías, incluso que no me gustan, en mi hija, es mi espejo, me siento confrontada. Yo creo que ella me ha cambiado y que soy una mejor persona. Es un tema de consciencia y reflexión. Mi proceso ha sido de aceptación de lo que soy frente a ella. (Madre Familia 2, espiral del tiempo, septiembre 2020)

En este tipo de relaciones entran a participar de manera importante hijos e hijas, quienes, en una estrecha interconexión con el mundo adulto, y a partir de la lectura que hacen de su entorno, co-crean interpretaciones, acciones y emociones hacia su propio Yo. Al respecto, los hallazgos muestran, en la mayoría de los casos, niños, niñas y adolescentes que interactúan con su propio self desde la reflexión, volviendo a sus acciones, confrontando sus debilidades y reconociendo sus recursos, situación derivada por la voz adulta que les orienta: “Cuando estoy brava no caigo en cuenta, pero después de que se me pase el mal genio digo cómo: ‘¿será que solo me ayudaban por mi bien?’” (Hija Familia 4, auto-reporte, julio de 2020).

En general, en los momentos de conciencia, ya sea de padres y madres o de hijos e hijas, todos los integrantes de las familias suelen instaurar maniobras de cuidado afectivo para aliviar emociones que les retan como el enojo, la tristeza o la frustración y con el fin de apaciguar malestares presentes en la relación.

Cuando mi papá está triste o enojado intento calmarlo, estar ahí en los buenos y malos momentos, animarlo, hacerlo reír para que se sienta mejor, que no esté enojado, que, aunque pasen cosas malas, ayudarlo. (Hijo Familia 3, auto-reporte, julio de 2020)

Por ende, se configuran los momentos de calma o escenarios de seguridad y confianza donde hay presencia física y emocional y todos en la familia se liberan de las “razones hegemónicas” que les alejan de tiempos y espacios para compartir. Así mismo, en estos instantes se presentan sincronías afectivas en las que el sosiego hace presencia, lo cual facilita la armonía familiar. En el entrecruce de todo lo referido aparecen los saberes y las prácticas alternas.

Desafíos y recursos en la configuración de prácticas y saberes afectivos de las familias monoparentales

La condición de monoparentalidad, resultado en todos los casos de rupturas conflictivas, se configura como un hito emocional en la vida de madres y padres, en tanto se entrecruza con las historias personales y marca sinnúmero de emociones, en su mayoría retadoras, que se involucran en la relación con hijos e hijas y, aunque en determinados momentos se define a la experiencia como una ventaja —puesto que no hay negociaciones sobre el cuidado y la crianza—, los hallazgos sugieren que las familias deben asumir desafíos afectivos vinculados a la ausencia física o emocional del otro progenitor o progenitora.

Entre lo evidenciado se encuentra que padres y madres deben lidiar con las propias emociones de miedo, tristeza y enojo tras la ruptura o bajo la incertidumbre que implica por sí solo el cuidado y la crianza. Tal agobio está acompañado por la imposibilidad de gestionar las emociones, ya que los espacios de contención y compañía que apoyen esta acción no existen:

A veces toca contener, por ejemplo, cuando me he sentido súper triste igual me toca ayudarle en la tarea, servirle la comida, hacer cara de “ajam” porque no me puedo poner triste, no puedo renunciar, me toca esperar y llorar sola en otro momento porque a quién le cuento mi drama. (Madre Familia 5, grupo reflexivo, octubre 2020)

Otro reto afectivo que asumen las familias se instaura en el sentido otorgado al progenitor o progenitora distante, figura que, pese a su ausencia física, hace presencia simbólica en la relación, sobre todo en la vida de los hijos y las hijas para quienes sus silencios o distancias son más significativas que sus acciones o palabras:

No puedo desconocer que la existencia del papá de mi hija afecta la dinámica que tenemos en casa, sobre todo porque es un papá distante con comportamientos de adolescente, lo cual nos trae problemas. (Madre Familia 2, espiral del tiempo, septiembre 2020)

Además de lo descrito, las familias deben batallar con los imaginarios sociales construidos alrededor de la familia heteropatriarcal y la condición de monoparentalidad. En este punto se encuentran diferencias de género, mientras que, bajo mandatos culturales, la monoparentalidad femenina es algo “normal” que en algunos casos inspira lástima, la monoparentalidad masculina se reconoce desde un “heroísmo incompetente” que exhorta a los hombres a buscar ayuda femenina:

La sociedad no ve bien que un hombre tenga una familia monoparental con jefe masculino. El papá que cuida a su hijo en muchos lugares es resaltado como un héroe y muchas veces aplaudido, pero después de eso empiezan, bueno “y usted ¿Se va a casar? ¿Va a conseguir otra mujer?, porque usted necesita a alguien que le ayude a cuidar a los niños, no puede solo”. (Padre Familia 3, grupos reflexivos, agosto 2020)

Así mismo, identifico que los escenarios laborales de padres y madres dificultan el acercamiento empático hacia hijos e hijas y la sincronía entre cuidado, crianza y trabajo; esto debido a que tales entornos no suelen diferenciar la condición de monoparentalidad, exigiendo los mismos resultados que a otros trabajadores y asumiendo apatía e incompetencia por no llevar a cabo de la misma manera los encargos:

No es fácil compartir la condición, ya que a pocos les interesa los desequilibrios que vives. Esto sobre todo en el trabajo, allá hablar de la experiencia te hace ver como incapaz y lleva a interpretar a algunas personas que estás poniendo como escudo a tu hijo para no hacer algo que debes o estás obligado a hacer. (Madre Familia 8, grupo reflexivo, agosto 2020)

Pese a las dificultades que suscita la condición, las familias se reorganizan para adaptarse a las novedades (Maturana, 2002). En tal sentido, se flexibilizan los saberes sobre crianza, familia, género y emociones, y se modifican las prácticas en pro del bienestar de niños, niñas y adolescentes. Como resultado, se crean redes de cuidado, principalmente con la familia extensa. Cuando no existe esta posibilidad, se apela a los recursos de hijos e hijas y, con el cuidado de no desbordar sus capacidades de respuesta, se integran en el desarrollo de la vida diaria:

Somos un equipo, con las diferencias que debemos tener, él hijo, yo mamá. Vamos hacia adelante y los obstáculos, los hemos superado juntos, aunque yo no le pongo a él cosas que él no puede manejar. (Madre familia 7, espiral del tiempo, agosto de 2020)

Bajo tales circunstancias encuentro que niños, niñas y adolescentes expresan gran autonomía e ingenio para resolver por sí solos situaciones difíciles; así mismo, observo que estos chicos y chicas suelen establecer relaciones muy empáticas con sus pares y adaptarse rápidamente ante cambios inesperados:

Mi hija tiene una resiliencia, una capacidad de adaptación mucho más allá de lo que uno esperaría, si cuando era bebé creció de brazo en brazo porque yo no tenía quién la cuidara. (Madre familia 4, grupos reflexivos, agosto de 2020). Mi hija es una niña supremamente empática, ella ve situaciones de los compañeritos y los comprende, no se alarma, y, al contrario, ella los escucha (Madre familia 5, grupos reflexivos, agosto de 2020)

En general, vivir esta experiencia lleva a todos los y las participantes a confrontar lo aprendido, a desafiar mandatos sociales y a crear sus propios significados de familia, significados que van más allá de una estructura o un rol y se erige a partir del vínculo construido:

La realidad de mi familia queda por fuera de esos conceptos porque es mucho más amplia y no se recoge en la palabra monoparental, tenemos que cambiar ese significante, entender que familia es la que se construye desde el amor y no desde el progenitor o la progenitora, porque familia son los vínculos que generamos de cuidado, de reciprocidad, de colaboración que hacemos con otros. Como sociedad, respondemos a la monoparentalidad desde la expectativa de responder a los modelos, pero nos hemos olvidado del fin que tiene la familia. (Padre Familia 6, grupos reflexivos, agosto 2020)

CONCLUSIONES

La configuración de prácticas y saberes afectivos de las familias monoparentales se instaura en un contexto histórico e ideológico que involucra diversas perspectivas sobre crianza, familia y género, y se caracteriza por la presencia de axiomas culturales que jerarquizan a las emociones (Ahmed, 2018), sitúan a la calma como el sentir que por excelencia debe primar en las personas y exhortan tanto a hombres como a mujeres a reprimir la generalidad de sus afectos. Al respecto, encuentro que lo que cambia es la manera de cohibir. A ellas se les obliga a ocultar su sentir, a ellos se les impone ignorarlo.

Lo anterior, me lleva a decir, por un lado, que la represión emocional se desmarca del género y la generación y, por otro, que tal patrón se recrea a través de un tiempo en bucle, es decir, un tiempo que, más allá de ser lineal e irreversible (De Sousa, 2018; Hernández, 1997/2017), replica un devenir en espiral y, aunque transforme cuerpos físicos, mantiene secuencias de interacción que invalidan a las emociones de generación en generación.

Tales reintegraciones y reorganizaciones (Hernández, 1997/2017) se recrean en la cotidianidad de las familias y se evidencian en diferentes niveles relacionales (Arango, 2009), encontrando intersubjetividades individuales adultas circunscritas en experiencias de infancia y en la condición de monoparentalidad. Por su parte, el self de los niños, niñas y adolescentes, en una estrecha interdependencia con el mundo adulto, manifiesta emociones a partir de las vivencias cotidianas, lo que les lleva a expresar e interpretar a sus afectos de forma más simbólica y espontánea.

En relación con los espacios intersubjetivos de la familia, reconozco que se ponen en juego las subjetividades de cada integrante y se manifiestan patrones que transitan entre la calma y la agitación. En aquellos momentos de sobresalto afectivo suele desconectarse la empatía —sobre todo adulta— y con esta el sentido común que favorece espacios de seguridad y confianza.

No obstante, partiendo del principio de incertidumbre (Morin, 2011), y pese a los legados que desconocen a los afectos, observo que esta configuración transita entre el deber ser, el desafío a los mandatos y la reflexividad de todos y cada uno de los miembros de las familias, creando así procesos autopoiéticos (Maturana, 2002), donde se enfrentan desafíos particulares y se crean diversos recursos (Almeda et al., 2016).

En consecuencia, deduzco dos realidades: la primera de ellas señala que, tal como lo muestran diversas investigaciones, las familias en condición de monoparentalidad sí enfrentan dificultades adicionales a las de otras familias; no obstante, tales situaciones no derivan de la incapacidad paterna o materna ni de la ausencia de otro u otra esperada socialmente, sino que son consecuencia de las inequidades culturales y estructurales, muchas de ellas implantadas por las asignaciones de género, lo que lleva a las familias, tanto con jefatura femenina como masculina, a una interseccionalidad situada “en relación con sus propias ubicaciones sociales” (Yuval-Davis, 2015, p. 15).

El segundo escenario que evidencio es aquel en donde, pese a los retos particulares que enfrentan las familias, todos y cada uno de sus integrantes cuentan con gran capacidad de auto-organizarce para crear nuevos recursos y para co-crear el equilibrio emocional necesario en la familia ante la ausencia del otro padre o madre.

Por todo lo anotado, a los interventores les sugiero dos frentes de acción para acompañar situaciones difíciles de las familias monoparentales, el primero de ellos es el trabajo con la recursividad y reflexividad de las familias, favoreciendo, entre otras cosas, el regreso a las emociones sin censuras ni señalamientos. El segundo plantea la necesidad de abordar y transformar los imaginarios culturales sobre la monoparentalidad. Considero trascendental resignificar sus sentidos, para así comprender, apoyar e incluir a través de políticas públicas las dinámicas familiares diversas.

A los investigadores interesados en reconocer prácticas y saberes afectivos, propongo ampliar la perspectiva y desmarcarse de la composición, lo que sugiere trabajar la pluridiversidad de expresiones familiares. También será importante, independientemente del tipo de familia, seguir incluyendo las voces masculinas y las experiencias de niños, niñas y adolescentes para reconocer su importante participación en la configuración afectiva. Además, considero oportuno seguir avanzando en estudios que enfaticen los recursos de las familias monoparentales no intencionadas, sin desconocer las inequidades estructurales y culturales que enmarcan las relaciones familiares.

Finalmente, reconozco que una de las principales limitaciones investigativas se derivó de la falta de aportes y conceptualizaciones metodológicas de la perspectiva cualitativa decolonial y compleja. Pese a tal dificultad, el estudio en general contribuye a comprender algunas particularidades de la monoparentalidad vinculadas al género. Así mismo, reconocer los recursos, más allá de los déficits, favorece la desnaturalización del ideal de un único modelo de familia para la protección y el cuidado de hijos e hijas. Por último, esta investigación ofrece bases para entender los patrones emocionales que sostienen el autoritarismo violento, pero, sobre todo, proporciona pistas sobre prácticas y saberes alternos que se co-crean en familias monoparentales.

AGRADECIMIENTOS

Al Doctor Carlos Iván García Suárez y a la Línea de investigación “Infancias, Familias y Culturas” —perteneciente al Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud del CINDE—, por su orientación y acompañamiento en el proceso.

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SANDRA LILIANA AYA ANGARITA

Doctora en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, magíster en Psicología Clínica y de la Familia, psicóloga de formación e investigadora dedicada a comprender formas de abordar y transformar dilemas psicosociales. Experiencia en el área clínica sistémica y en el campo social comunitario. Amplia trayectoria en docencia universitaria.
sayaa@unal.edu.co
https://orcid.org/0000-0002-8909-7173

FORMATO DE CITACIÓN

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https://doi.org/10.5565/rev/qpsicologia.2124

HISTORIA EDITORIAL

Recibido: 28-01-2024
1ª revisión: 23-05-2024
Aceptado: 22-07-2024
Publicado: 20-12-2024