Quaderns de Psicologia | 2023, Vol. 25, Nro. 3, e1986 | ISNN: 0211-3481 |
https://doi.org/10.5565/rev/qpsicologia.1986
Diana Zapata Hincapié
Margot Pujal i Llombart
Universitat Autònoma de Barcelona
Resumen
En un contexto de sistema de género colonial, los estudios del trabajo sexual autónomo han sido objeto histórico de discursos polarizados, al considerarse hegemónicamente como una forma de violencia y en menor medida una opción en un contexto restringido, que es necesario reconocer y regular. Partimos del vacío de estudios sobre el impacto emocional y físico del estigma acumulado en torno al trabajo sexual, entendido este como una forma de violencia simbólica. Realizamos un estudio cualitativo a través de entrevistas en profundidad, a cinco mujeres mayores cisgénero y trans* que ejercen el trabajo sexual. El objetivo es indagar la construcción situada por parte de sus protagonistas, de los significados otorgados a su mundo cotidiano y a la actividad que realizan. Los resultados ahondan en la tensión y articulación entre procesos de agenciamiento y de victimización.
Palabras clave: Trabajo sexual; Estigma; Víctima; Interseccionalidad; Agencia
Abstract
Within the context of a colonial gender system, studies of autonomous sex work have historically been the object of polarized discourses, as they are considered hegemonically as a form of violence or, to a lesser extent, as an option in a restricted context, which needs to be recognized and regulated. Our stating point is the lack of studies on the emotional and physical impact of the stigma accumulated around sex work, understood as a form of symbolic violence. We carried out a qualitative study through in-depth interviews with five older cisgender and trans* women sex workers. The objective is to investigate the situated construction by its protagonists, of the meanings given to their daily world and to the activity they carry out. The results delve into the tension and articulation between processes of agency and victimization.
Keywords: Sex work; Stigma; Victim; Intersectionality; Agency
Las narrativas hegemónicas que analizan la temática del trabajo sexual ejercido de manera autónoma por mujeres mayores cis1 y trans*2 no escapan a sesgos científicos androcéntricos predominantes, relacionados con el doble estándar asimétrico normativo en relación con la sexualidad femenina y la sexualidad masculina. Autonomía, independencia económica, separación entre la esfera sexual y afectiva o la sexualidad activa y promiscua tienen asociado un significado de prestigio social para los hombres; sin embargo, en el caso de las mujeres han significado la pérdida de su lugar social o reputación, o incluso la pérdida de la vida en incontables ocasiones, tal como lo señalan Gail Pheterson (2000) o Dolores Juliano (2002). En este sentido, Pheterson (2000) nos señala la función mistificadora de manipulación y violencia social al castigar a aquellas mujeres que han desobedecido y transgredido las normas sexuales “correctas”.
Como indican Anna Freixas (2014), Mónica Ramos (2018) y Herminia Gonzálvez (2018), es relevante, además, el vacío de estudios cuantitativos y de datos acerca de la relación entre edad tardía y sexualidad, con una perspectiva de género. La ausencia de estudios es mayor si se refiere a mujeres mayores y trabajo sexual, y la situación alegal en la que se ejerce también dificulta su estudio desde una perspectiva cualitativa y de género3.
Para este estudio es pertinente tener en cuenta la teoría asimétrica de los sexos planteada por Pheterson (2013), o del Sistema Sexo/Género de Gayle Rubin (1986). Son importantes para entender la estructura jerárquica en la relación entre hombres y mujeres, que vincula la sexualidad de las mujeres al único objetivo de la reproducción, mientras atribuye a los hombres cualidades propias para el control, la transformación y la interpretación del mundo (idea que tiende a ser legitimada por la ciencia, la política, la religión, la filosofía y el arte).
Por otra parte, la intersección entre trabajo sexual y migración no siempre ha sido estudiada como una premisa de análisis para interpretar la actividad sexual de pago y, con ello, poner de relieve las condiciones de pobreza y desigualdad de género, producto del paradigma económico globalizado; donde el 47,9 % de la población que migra son mujeres, de un total de 272 millones de personas que salen de sus territorios (Organización Internacional para las Migraciones [OIM], 2020). Con el desarrollo del pensamiento feminista se ha logrado enfatizar en los factores de inequidad y aumento del deterioro de vida de las mujeres que migran (Gregorio, 1998; Sassen, 2003; Ordoñez 2006), especialmente en cuanto a salud, vivienda e incorporación al mercado laboral, y las expectativas que se esperan cumplir bajo el proyecto migratorio, reducido a escasas oportunidades de trabajo precarizado. Al respecto, el circuito transfronterizo alternativo (Sassen, 2003), puede ayudar a entender el trabajo sexual ejercido por las mujeres que migran sin atribuir a dicha alternativa laboral una connotación de desajuste personal, sino como alternativa laboral del mundo globalizado (Juliano, 2004; López-Riopedre, 2010; Ríos, 2020). De las mujeres que participan en nuestro estudio, el 60 % realizó un proyecto migratorio, con responsabilidades familiares, y provienen de clase obrera.
Este artículo pretende aportar un conocimiento situado con perspectiva interseccional para el análisis del trabajo sexual. Esta se entiende como un abordaje decolonial y antirracista en la línea de Yuderkys Espinosa, Diana Gómez y Karina Ochoa (2014), y como una apuesta epistémica feminista que permite observar los avances y retrocesos de la propia teoría feminista. Ello en relación al legado de las reivindicaciones en torno al derecho al propio cuerpo, el derecho al trabajo y el derecho a la autonomía económica, aunados en el concepto de poder sexual, que el sexo de pago pone en juego (Illouz y Kaplan, 2020). Estas últimas autoras identifican cómo la incorporación de la libertad sexual en el mercado económico y social se ha convertido en capital humano, y argumentan que la distribución de este capital genera desigualdades.
Finalmente, partimos de los estudios sobre la construcción social y el impacto del estigma en el trabajo sexual (Pheterson, 2013), fruto de la transgresión de un mandato normativo del sistema de género heteronormativo, binario y colonial. En esta línea, la mayoría de los estudios insisten en representar con un carácter (psico)patológico a las personas que ejercen el trabajo sexual (Gimeno, 2011; Delgado, 2018), dándose una ausencia de investigaciones desde la perspectiva de sus protagonistas en cuanto a transgresiones, impactos y formas de enfrentar el estigma.
El objetivo general de este estudio consiste en conocer la experiencia subjetiva de mujeres mayores, con una larga trayectoria en trabajo sexual ejercido de manera autónoma, y las formas de enfrentar sus consecuencias, en relación con el sistema de género colonial, desde sus propias perspectivas. Para ello, investigamos de manera específica: a) los factores interseccionales de vulneración de la vida, existentes previamente a la entrada al trabajo sexual; b) cómo construyen el significado del trabajo sexual en términos de transgresión y agenciamiento o de victimización; y c) el estigma social acumulado, su impacto y consecuencias (rechazo, vulnerabilidad, exclusión, etc.) así como sus formas de resistencia y confrontación.
Históricamente, el control de la sexualidad y la movilidad de las mujeres han sido piezas clave del sistema patriarcal. Desde dispositivos de control patriarcal se establecieron tres categorías de mujeres en función del uso de su sexualidad: las madresposas-cuidadoras4, las monjas-mujeres religiosas, y las prostitutas, destinadas al servicio de la “irrefrenable necesidad” masculina, como sostiene Marcela Lagarde (1990). En esta línea, Rita Segato (2016) entiende el entramado patriarcal colonial como un dispositivo de poder instaurado históricamente, que crea una Pedagogía de dominación irrefutable en la sociedad que perpetúa la acumulación del capital económico, y, por tanto, del poder en manos de los hombres, facilitando una cultura de violencias.
Johan Galtung (2003) propone el concepto imprescindible de Violencia simbólica y dominación cultural incorporada a una sociedad, como forma de violencia invisible e indirecta que sirve para su legitimación y continuidad, como es el caso del rechazo social que reciben las mujeres que ejercen la prostitución (Holgado, 2012). Dicho concepto facilita la comprensión del trabajo sexual como transgresión al dispositivo de poder patriarcal y colonial. Isabel Holgado (2012) resalta del desarrollo teórico del estigma, por una parte, que su impacto y daño son contaminantes: la desvalorización de la mujer en prostitución afecta a toda persona vinculada a ella, por ejemplo, a los/as hijos/as. Y, por la otra, destaca el carácter irreversible del estigma, ya que se esencializa la identidad femenina a partir de una actividad que no la define en su totalidad, ni durante toda su vida.
En esta línea, y con relación al concepto de trabajo sexual, Paola Tabet (1998, 2004, 2012) amplía la óptica de las relaciones de intercambio económico sexual basándose en el estudio de las relaciones heterosexuales normativas. Asegura que no existe una dicotomía excluyente entre prostitución y matrimonio, ya que ambas forman parten de un continuum, referido al intercambio económico-sexual patriarcalmente normalizado, mucho más presente en la organización social de lo que nos imaginamos. Según Pheterson (2000, 2013), es precisamente el estigma lo que diferencia a la prostitución de los otros dispositivos patriarcales, porque si el estigma desaparece –por estar en el corazón del propio concepto– la prostitución como constructo, se evapora.
El análisis interseccional, como se ha dicho, es imprescindible en nuestro estudio, por su reconocimiento de los aportes de Teorías del feminismo decolonial (Suárez y Hernández, 2008) con relación a la comprensión del trabajo sexual, a partir de la triangulación de las variables género-migración-prostitución (Juliano, 2011). Prescindir de este análisis incurre en la radicalización de un discurso normativo y normalizador sobre la vida de las mujeres. La interseccionalidad que exige el análisis del trabajo sexual remite a un hecho histórico dentro del feminismo, puesto que la crítica original del pensamiento feminista clásico ha provenido de voces de mujeres marginales y subalternas, tal y como lo subraya María Rodó-Zárate (2021). Los estudios actuales no pueden perder de vista la pervivencia de políticas coloniales, de marginalización, exclusión y de negación de derechos dentro del ámbito heterogéneo del trabajo sexual.
En cuanto a dichos derechos, y a nuestro entender, el feminismo abolicionista incurre en un error metodológico, al silenciar la palabra de las trabajadoras sexuales, invalidar su capacidad de agencia, infantilizar sus comportamientos y negar cualquier acto de voluntad o capacidad de negociación propia de las mujeres que emprenden proyectos migratorios, así lo incluye Laura María Agustín (2004) en sus variables de estudio. Se trata de una práctica epistemológica poco democrática que insiste en borrar el lugar de enunciación privilegiado de las productoras del saber directas o expertas por experiencia (Haraway, 1991/2004). Tal como señala Raquel Osborne (2004), el feminismo abolicionista intenta, paradójicamente, liberar a las mujeres de su trabajo por medio de la eliminación del mismo, teniendo como consecuencia aumentar la precariedad y vulnerabilidad.
Este análisis de la experiencia subjetiva de mujeres trabajadoras sexuales autónomas se ha desarrollado mediante un enfoque cualitativo, el cual permite comprender realidades complejas y los significados atribuidos por las personas que las experimentan (Flick, 2004). El sustento de un marco teórico socioconstruccionista nos permite atender al carácter constructor del lenguaje y a la negociación de los significados en las relaciones sociales a partir de relaciones de poder (Gergen, 1999). A su vez, la epistemología feminista orienta este estudio, priorizando la voz y la experiencia de las protagonistas (Butler, 2010), sabiendo que todo conocimiento es producido desde algún lugar y está socialmente situado. En este sentido, las testigos pasan a ser sujetos de conocimiento del mundo real (Haraway, 2004).
Los primeros contactos con las participantes fueron a través de la intervención de una de las autoras de este estudio como psicoterapeuta en ABITS5. El primer paso fue realizar una caracterización interseccional de la población de trabajadoras sexuales atendidas. Posteriormente, se eligieron unas variables teóricas específicas para la configuración de la población participante, con el objetivo de implementar el enfoque interseccional planteado: edad tardía, migración, trabajo sexual autónomo, trayectoria extensa, maternidad y autodenominación. Se invitó a la participación voluntaria de quienes los cumplieran. Finalmente, participaron cinco mujeres mayores (ver tabla 1). Sus experiencias representan un recorrido vital que les otorga autoridad y también les convierte en sujeto de doble estigmatización (Freixas y Juliano, 2008)6.
Se utilizó la técnica de la entrevista en profundidad semiestructurada, entendiendo a las mujeres entrevistadas como agentes activas. Este tipo de técnica consiste en construir relatos de vida mediante la conversación entre la persona investigadora y la entrevistada. El encuentro obedece al objetivo de comprender la perspectiva que tienen las personas informantes en relación con sus vidas, experiencias o situaciones, y el sentido que dan a sus actos, como indican José Ignacio Ruiz y María Antonia Ispizua (1989), y Steve Taylor y Robert Bogdan (2000). Las entrevistas han tenido una duración media de cinco horas cada una, distribuidas en dos sesiones, y han sido grabadas y transcritas previa autorización.
Informante (seudónimo) |
Edad |
Origen |
Condición de inicio en el trabajo sexual y actualidad |
Red social y maternidad |
Años de ejercicio |
Cómo se nombran a sí mismas |
1. Mon Mujer cis |
62 |
Cataluña |
Se inició en el trabajo de forma autónoma. Trabajo sexual como alternativa a la precariedad laboral. Trabajo independiente. Actualmente: Empoderamiento colectivo. Portavoz de sus compañeras. |
Red social amplia. Un hijo emancipado. |
32 |
Trabajadora sexual |
2. Susy Mujer cis |
61 |
América del Sur |
Comienzo de iniciativa propia, ambiente de barrio cercano que ofrecía posibilidades de inserción en el campo de la prostitución, nunca ha trabajado para terceros. Actualmente: Encargada de piso. Lideresa entre iguales. |
Reconocimiento de sus hijas emancipadas |
42 |
Mujer de la vida |
3. Laura Mujer trans |
67 |
España |
Iniciativa propia, decide iniciar en el trabajo sexual por aumento de ingresos. Nunca ha trabajado para terceros, solo pago de porcentaje a encargadas de locales. Actualmente: Activa en trabajo sexual por anuncios. |
Soledad |
35 |
Trabajadora sexual |
4. Flor. Mujer cis |
68 |
América del Sur |
Se inicia en calle por voluntad propia, la apoyan las más jóvenes. Nunca ha trabajado para terceros, siempre en calle. Actualmente: En activo, por supervivencia. |
Reconocimiento familiar. Construye red afectiva de apoyo por enfermedad sobrevenida. |
18 |
Puta, prostitución |
5. Sandra Mujer trans |
63 |
América del Sur |
Se inicia en la prostitución de calle, vivencia transgénero, nunca ha pagado a terceros. Actualmente: En activo, por supervivencia. |
Sin red familiar, demandante de asilo |
44 |
Puta, trabajadora sexual |
Tabla 1. Descripción autobiográfica de las participantes del estudio
Este trabajo se ha desarrollado en el barrio del Raval de Barcelona, en España, entre los años 2019 y 2022, es una zona caracterizada por un complejo ámbito de trabajo sexual en calle. Se trata de un barrio de reivindicaciones históricas del colectivo de trabajadoras sexuales frente a políticas de urbanismo que han pretendido (bajo el acoso, derribo y violencia institucional) “limpiar la calle”, lo que ha dado surgimiento a la organización de putas indignadas y el apoyo de entidades del sector. Este trabajo también toma como referencia investigaciones que dan cuenta de la vulneración de derechos y persecución al trabajo sexual callejero. (Arella, et al., 2007; Arce, 2022).
A lo largo de este abordaje nos referiremos a “trabajo sexual” en lugar de “prostitución”, ya que, tal como señala Romina Behrens (2019), las formas en que ellas se nombran tienen que ver con la actividad que realizan y a qué se dedican, y no con una identidad fija7.
Antes de realizar las entrevistas en profundidad se explicaron los objetivos del estudio a las mujeres participantes y se obtuvo el consentimiento informado, garantizando la confidencialidad y anonimato. La participación de las mujeres fue totalmente voluntaria y se respetaron las consideraciones éticas que estipula la Ley Española de Protección de Datos (Ley 3/2018): anonimización y confidencialidad tanto de los datos obtenidos como de la información relativa a cada una de las participantes. En todo momento, el proyecto se adhirió a la Declaración de Helsinki (2013), evaluando permanentemente la relación costo-beneficio del estudio y la protección de grupos vulnerabilizados específicos.
Utilizamos para el análisis de los datos la técnica del Análisis de Contenido, (Cáceres, 2023; Vázquez, 1996). El material empírico fue los discursos obtenidos a través de las entrevistas. Este método nos permite organizar los datos de manera sistemática y analizarlos con base en temas y categorías emergentes, y con relación al marco teórico y objetivos, requiriendo de una codificación inductiva y deductiva a la vez.
Tras transcribir las entrevistas, se realizó una codificación temática y una construcción de ejes o categorías analíticas en dos pasos: a) una lectura comprensiva y pormenorizada de cada entrevista, que nos ha permitido establecer códigos y extraer los temas más representativos; y b) a partir de ciertas recurrencias temáticas especialmente reveladoras y comunes, establecer cinco categorías articuladoras que presentaremos a continuación.
Presentamos en este apartado cinco categorías temático-analíticas que emergieron del proceso de análisis.
Contextos de prostitución: se presenta la narración de los escenarios, contextos y afectos individuales que influyen en la entrada al trabajo sexual.
Transgresión-Poder sexual: se presentan aspectos de la construcción de una posición disidente y consciente de transgredir mandatos de género. Se alude a elementos de la soberanía sobre el propio cuerpo y de la agencia y autonomía en el trabajo sexual: desobediencia, concientización, criterio propio, elección y reflexibilidad en su trayectoria vital, que dotarán de contenido la autonomía en el trabajo sexual.
Violencias de género versus Estigma: se presentan numerosas violencias de género vividas, así como la presencia del estigma como violencia simbólica y su confrontación.
(Auto)conocimiento y balance de vida: se refiere a la autovaloración, donde emergen la capacidad de agencia, la reflexión, la autocrítica y la previsión para el futuro.
Consciencia de grupo como sujeto político: se alude a un sentido de pertenencia al colectivo de trabajadoras sexuales y a la construcción como sujeto político, que problematiza los discursos dominantes con relación a su actividad.
En cada categoría temática-analítica se apuntarán solo los contenidos más representativos, dada la extensión del material analizado y el espacio disponible.
El lugar de origen, el ambiente familiar, la clase socioeconómica, y las identidades no normativas resultan relevantes para iniciarse en el ejercicio del trabajo sexual. Así mismo, los proyectos migratorios, la maternidad, la salud, la formación, el trabajo formal. Podemos decir que existen dos tipos de relatos entre las participantes: uno que no enfatiza la situación económica familiar para iniciarse en el trabajo sexual, y otro donde se enfatiza la pobreza, y la precariedad en la supervivencia familiar. Respecto al segundo, apunta Laura (entrevista personal, diciembre de 2019):
Yo tuve que salir a trabajar para cuidar de mis padres y mis abuelos (…) Mi familia estuvo a mi lado cuando yo decidí ser mujer. El resto de la familia nos dieron la espalda, y yo me vi obligada a sostener a la familia que se había quedado a mi lado y me había apoyado.
Otra de las participantes, Sandra, mujer trans, sostiene que el pertenecer a una clase social desfavorecida le impidió vivir una transición de género en mejores condiciones:
Yo tuve que salir a buscarme la vida, sin tener la mayoría de edad, sin que nadie me cuidara de mi familia. En la calle resolvía todos mis problemas. (Sandra, entrevista personal, febrero de 2020)
Algunas participantes relatan motivos diferentes al económico para iniciarse en el trabajo sexual; por ejemplo, sentirse atraídas por el mundo de la prostitución en contraposición a ambientes familiares rígidos en materia de género y libertad femenina. Susy (entrevista personal, marzo de 2020) lo relata así:
No, fue un bajo nivel económico que me hizo llegar a ser mujer de la vida, no; porque mi papá siempre ha tenido muy buen trabajo. Pero si me sedujo la curiosidad, porque yo tenía una vecina que me llamaba mucho la atención, por su forma de vestir, su maquillaje. Y mi mamá me decía: “no se vaya a meter con ella, que tiene muy malos alcances”. Yo desobedecí, quería libertad y dinero autónomo. Yo nací para ser mujer de la vida.
Para las cinco participantes, los vínculos familiares son un factor decisivo a lo largo de sus vidas, y cuentan que, en la actualidad, se sienten acompañadas por la familia. En sus inicios, ninguna de ellas comentó la naturaleza de su fuente de ingresos: lo más importante era la supervivencia individual y familiar; por tal motivo no lo explicaban. Tal como expresa Laura, (entrevista personal, diciembre de 2019):
Era un silencio a voces, no hay que explicar nada, lo intuyen. Te ven bien como persona, entra dinero.
Con respecto a la propia salud, Susy, Sandra y Mon apuntan que no es un tema que les preocupa, ya que se han cuidado y los lugares donde han trabajado les han proporcionado información y controles para cuidarse.
Yo, a mis 67 años, me siento como un caballo; como siempre me he cuidado y no me he visto con cosas raras… Eso hace que el cuerpo no se deteriore. (Laura, entrevista personal, enero de 2020)
Mientras que la sociedad reduce su salud a las enfermedades de transmisión sexual, para ellas la salud se refiere a la energía actual para enfrentar la vida, asemejándose más a la ausencia de enfermedad o a la capacidad (deseo) para desarrollar actividades. Como dice Sandra (entrevista personal, febrero de 2020):
A mis 60 y pico me siento con mucha energía. Me siento fuerte, me veo trabajando.
Por su parte, Flor, la mayor del grupo, explica que a pesar de haber contraído el VIH unos seis meses después de iniciarse en el trabajo sexual en calle, actualmente cuenta con buena salud.
Yo, si no fuera por eso que tengo, ni me daría cuenta. Al principio que me llamaron y me dijeron que tenía el virus, lloré mucho, pensé que me iba a morir; pero ahora no pienso en ello. No falto a mis controles. Es que el fallo es que nadie me explicó lo de la goma8; cuando llegué a la calle, ya era mayor, y solo me hablaron de la higiene, no de prevenir enfermedades. (Flor, entrevista personal, mayo de 2020)
Respecto a la formación reglada, todas estudiaron hasta la secundaria, excepto Mon que avanzó en su formación hasta una carrera universitaria, pero sabe que tener una carrera no asegura condiciones y sueldos de trabajo dignos. Por eso, no es este un factor que se reprochan a sí mismas. Sandra expresa: “la vida es la universidad que mejor te prepara”. Además, los relatos de Laura, Susy y Flor coinciden en que el trabajo sexual les ha aportado muchas experiencias y saberes. Por su parte, Mon no sobrevalora el saber académico y solo lo valora como algo complementario en su vida.
Por otro lado, la migración y la maternidad han propiciado contextos y situaciones que llevan al desempeño del trabajo sexual. Susy y Flor evocan relaciones de pareja y maternidades en soledad, que las llevaron a migrar para enfrentar sus circunstancias. La información previa en el país de origen, respecto a la prostitución en el país de destino, era vivenciada como una posible alternativa laboral y económica que permitía mejorar condiciones de vida. Las participantes cuentan las condiciones del viaje, conocedoras lúcidas de los riesgos de salir del país de origen por “vías alternativas”, en condiciones precarias, a través de toda la red clandestina de prestamistas que facilitan el ingreso a Europa. En este sentido, Susy relata:
Así que con mi trabajo de prostitución se me cumplió el sueño, a los 20 años yo ya tenía mi propia casa, sin necesidad de venir a España, yo hice mucho dinero en mi país, y pensé: en Europa haré el doble. Decidí viajar porque ya tenía la responsabilidad de una hija. Aunque fuera contando con una mafia japonesa, pero yo sabía todo y acepté. (Entrevista personal, mayo de 2020)
La prostitución es el destino elegido que permite proyectos migratorios que agilizan el logro de sus expectativas económicas y sortean la vulnerabilidad. Aun así, reconocen que la discriminación y la racialización (y cosificación) de las mujeres migrantes hace más cruel la vigilancia y el control.
En relación con el “trabajo formal”, las participantes describen la combinación del trabajo sexual con otros trabajos o fuentes de ingresos. Entre el humor y la ironía, Susy refiere:
La experiencia de combinar otros trabajos no ha sido lo mío. He insistido y lo he intentado, pero me he convencido de que cada una sirve para lo que sirve, y yo me he especializado en ser una mujer de la vida. Los otros trabajos me hacen sentir inútil. Yo no sirvo para limpiar, ni cuidar gente mayor. Yo prefiero follar por dinero que ir a robar. (Entrevista personal, febrero de 2020)
Mon, por su parte, narra que el “trabajo formal” lo hizo antes de la prostitución y una vez se inició en el ejercicio del trabajo sexual ya no lo combinó con otros trabajos:
Lo mío fue un cálculo de dinero ganado y tiempo invertido. Hice un cálculo con todos mis miedos, y con esa imagen preconcebida y nefasta que yo tenía del ambiente de la prostitución. Pero ya superado el miedo, el otro trabajo formal no me daba en dinero lo que sí me dio la prostitución. (Mon, entrevista personal, mayo de 2020)
En el caso de Flor, la narrativa es diferente, ya que ha dedicado gran parte de su vida a realizar tareas dentro del contexto de los trabajos feminizados y mal pagados, como el cuidado de personas mayores y servicio doméstico. Entre todas estas actividades, el trabajo sexual es uno más:
A pesar de que no seguí mis estudios, quería ser enfermera. Me he dedicado a cuidar personas mayores y niños. No me arrepiento, eso me ha dado experiencia, pero lo pasaba mal en esos trabajos: pagan poco y te tiras todo el día. En el trabajo sexual gano más y me queda tiempo. (Flor, entrevista personal mayo 2020)
En todas las narrativas de las mujeres participantes aparecen alusiones directas vinculadas a la transgresión como cuestión central de la subjetividad. Laura, mujer trans, explica que, con 10 años, expresó a sus padres el malestar que le producía ser tratada con el género asignado. Su gran transgresión fue defender su identidad:
En pleno régimen, ser amanerada y salir vestida de mujer era correr muchos riesgos, podía ir a prisión. Cuando estuve en la mili, me intenté suicidar al verme aprisionada en ese ambiente de machos. Mi madre me salvó la vida. [El trabajo sexual le proporcionó soluciones a sus prioridades] El ambiente de la prostitución fue mi salvación, y buscando hormonas en el Barrio Chino para igualarme a las mujeres —que era lo que yo era—, encontré mi ambiente. (Laura, entrevista personal, enero 2020)
Sandra, por su parte, a los 15 años ya había salido del entorno familiar para poder vivir su sexualidad:
Toda la vida me ha movido mucho el cuerpo, los chicos. Esa ha sido mi vida, desde los 15 años y ahora más con los años, tengo más deseo y más sexo. Salir de casa muy pronto para vivir mi sexualidad, buscar mi libertad donde yo pudiera desarrollarme como un chico gay, y luego como mujer. Eso solo me lo permitió la prostitución. (Sandra, entrevista personal, febrero de 2020)
Las mujeres cisgénero de nuestro estudio explican la decisión de elegir el trabajo sexual como alternativa laboral, y lo hacen en términos de elección, autonomía, transgresión, y afán de libertad:
Mi primera desobediencia ha sido salir de casa muy joven, buscarme la vida, saber que podía hacer dinero, ser curiosa de la vida libre de las mujeres de la calle. (Susy, entrevista personal, marzo de 2020)
Las decisiones “contra norma” son relatadas como forma de desobediencia, y con orgullo. Tienen claro que trabajar con el cuerpo, dar sexo y cobrar por ello no está permitido por la sociedad, pero forma parte del orgullo de la transgresión:
Mi mayor transgresión ha sido cobrar por mi sexualidad. He desobedecido al ser una mala mujer […] Me separé de un hombre que me maltrataba. Yo no conocí la felicidad ni la sexualidad en el matrimonio, hasta que vi el capital de mi cuerpo y la libertad de mi sexualidad. (Mon, entrevista personal, mayo de 2020)
Para Flor, ser independiente económicamente ha sido central en su transgresión: “Mi gran rebeldía ha sido hacer mi economía sin depender de mi marido, venir a España sin su permiso”. También comparten deseos fuera de la función materna, descubriendo que el trabajo sexual les aporta poder sobre su cuerpo y su libertad económica. Hablan del cuerpo como un cuerpo que piensa, decide, se mueve y goza. Mon lo sintetiza así: “En este trabajo no solo he explotado mi físico, también el intelecto”. Y Flor refiere (entrevista personal, mayo de 2020):
Este trabajo me da mucha vida. Cuando me casé, yo tenía un deseo muy fuerte de estar con mi marido y él solo me hacía hijos. Luego los golpes, el control… Eso no era vida.
La violencia en sus múltiples formas permea las narrativas de las participantes, desde antes del inicio del trabajo sexual. Hacen referencia a las múltiples violencias vividas a lo largo de la vida, incluido el estigma como violencia simbólico-cultural, en el sentido del daño emocional que les ha causado el ocultamiento de su trabajo, interiorizado como una infracción de la norma social (Tabet, 1998).
En general, en los relatos de las mujeres no se destacan las violencias referidas a daño físico, maltrato, o ambientes de peligrosidad en el marco del trabajo sexual, aunque son conscientes de la exposición a prácticas de riesgo o conductas machistas. Sin embargo, el impacto violento del estigma en las subjetividades es claramente referido. Como dice Mon (entrevista personal, junio de 2020):
Lo más duro que yo he vivido ha sido soportar el estigma 15 años. Estar en una habitación con un hombre, eso no ha sido lo duro. Estuve 15 años sintiéndome mal, culpable, me torturaba eso de que yo le estaba poniendo precio a mi sexualidad. Eso ha sido lo peor en mi vida y en todas las mujeres que he conocido en 30 años trabajando con todas mis compañeras. El no tener una actitud adecuada frente al estigma te puede comer. Yo lo superé leyendo, estudiando, pero me costó 15 años de sufrimiento y lucha.
Otras mujeres participantes refieren ser conocedoras del rechazo social, sentirse señaladas, vivir humillaciones, no poder acceder a ciertos espacios sociales como el resto de la sociedad, debido al trabajo que realizan. Son más contundentes al hablar de las violencias vividas al margen del trabajo sexual, como la violencia física, psicológica, económica, y el abandono de sus hijos por parte de los padres. Frente a estas violencias de género, las personas han encontrado dinamismos internos para paliar o neutralizar los daños. Susy, Mon y Flor sufrieron violencia en el ámbito de la pareja: violencia física, sexual, económica y psicológica:
Solo conocí la violencia de parte de mi marido, los golpes los recibí cuando me casé. los recuerdos que tengo es que odio el matrimonio, pobres mis hijos cuando me oyen hablar así, me corrigen porque ellos vienen del matrimonio. (Flor, entrevista personas, mayo de 2020)
En lo que se refiere a la vivencia del estigma, comparten procesos graduales de afrontarlo para asumir la vida con menos daño. Así lo expresa Laura (entrevista personal, enero 2020):
Para mí el trabajo le dio un plus a mi identidad, como ya me habían dado la espalda en la transición, de la prostitución ni se enteraron, deben pensar que estoy muerta, el resto de la sociedad sí que nos pisotean, pero ya con los años lo esquivas.
Flor, en este sentido, sostiene que al inicio de su trabajo sufría al ocultar su actividad a la familia:
Mentir me dañó la salud los primeros años, me sentía sucia, llegaba a casa y me bañaba con asco de mí misma y de mi cuerpo, no permitía que nadie bebiera en el vaso que yo bebía, sentí que contagiaba, con el tiempo entendemos que hay que contarlo para no sufrir, al final es tontería, te das cuenta que todos lo saben y se callan porque el dinero a todos nos gusta. (Flor, entrevista personal, junio de 2020)
Las cinco participantes han llevado a cabo este proceso emancipatorio de des-ocultamiento con sus familias, y lo viven “con orgullo” y como punto de inflexión. El peso inicial del estigma va difuminándose a partir de las ganancias y valoraciones positivas, que redunda en perderle el miedo a la mirada de los demás, en neutralizar en gran parte la violencia del estigma.
Las participantes comparten un firme deseo de visibilización de sus historias, en sus propios términos. Laura expresa: “Yo voy a hacer mis memorias antes de morir”, así como Sandra: “Ojalá el mundo conociera lo que yo he vivido”.
Por su parte, Laura narra su vida y el trabajo sexual con un balance exitoso, donde ella tuvo el dominio de sus decisiones y la gran satisfacción de haber compartido su vida y su economía con su madre y su abuela, disfrutando un elevado nivel de vida. Destaca de su trabajo:
Sí, mi objetivo era procurar que no faltara nada en esta casa, la prostitución me ha permitido cumplir con mi propósito de dar el cuidado a mi familia, estoy muy orgullosa de mi trayectoria, porque la he sabido llevar muy bien, me digo, chapo Laura. He seguido la línea que yo quería, y esto es muy difícil, eh… (Laura, entrevista personal, enero de 2021)
Actualmente, valora el retorno al trabajo en una edad avanzada, cuando ella creía que ya no servía para ninguna actividad laboral. También valora tener ingresos en una edad “presuntamente” improductiva. Susy también valora de forma positiva su vida. El registro es amplio en cuanto al reconocimiento de las muchas personas que ha conocido, los países y experiencias “fuera de norma”. A la par, Susy valora el haber rechazado algunas relaciones que le ofrecían estabilidad económica y emocional. Considera que el precio de la libertad le pesaba más que las posibles promesas de algunos clientes. Expresa al respecto:
No me arrepiento de nada, ahora, si tuviera que volver a empezar de cero, si volviera a empezar a vivir mi vida, haría lo mismo, lo que más valoro es que yo nunca he dependido de una persona, nunca he dependido de nadie, ni nunca como decir que, por estar enamorada, yo no dejaba mi independencia, yo siempre defendía mi trabajo y lo defiendo. (Susy, entrevista personal, febrero de 2020)
Tener salud, vivienda en propiedad, y sobre todo la valoración de las familias —en especial hijas, hijos y madres— son factores que influyen en sus balances positivos. Otras narrativas denotan preocupación por la economía. Se sienten más desprotegidas socialmente, pero no atribuyen las dificultades actuales al ejercicio del trabajo sexual. La lectura predominante es que esta ocupación les ha permitido vivir mejor en términos económicos. Han aprendido a cuidarse más a sí mismas, y ubican las vivencias negativas en etapas anteriores a la prostitución. Las cinco participantes reconocen que el trabajo sexual ha sido un gran aprendizaje para el autogobierno, la autonomía y la responsabilidad, tanto de sus logros como de los aspectos menos positivos de sus vidas.
Respecto a su estado de salud, todas coinciden en disfrutar de una buena calidad de vida y focalizan las respuestas en contar cómo se han cuidado en el trabajo. También relatan el autocuidado respecto a conductas adictivas, al afirmar que actualmente tienen buena salud porque no se vieron afectadas por las drogas. Mon amplía el relato con un concepto más integral:
No me puedo quejar, tengo muy buena salud, porque para mí la salud es tener una economía sólida y controlada, tengo afectividad a mi alrededor, yo lo máximo que he enfermado es de anginas. (Mon, entrevista personal, mayo 2020)
La influencia del factor edad es determinante en sus autopercepciones y balances. Las participantes reconocen que, gracias al tiempo vivido ejerciendo trabajo sexual, han acumulado experiencia y valoran el conocimiento adquirido. Sandra expresa:
En el balance de mi vida, yo lo que veo es que ahora me sé cuidar, el trabajo me ha enseñado, los años son intuición, que si volviera atrás volvería a hacer la prostitución, que me encanta y tirarme todo lo que me guste y ganarme el dinerito. (Entrevista personal, febrero de 2020)
La reflexión predominante es que elegirían de nuevo el trabajo sexual, con matices en relación con la idoneidad de combinarlo con otra ocupación. Así mismo, el no “entregar” la vida al cuidado de otros, y no dejarse influir tanto por la opinión de los demás.
Las cinco mujeres del estudio exponen claramente su consideración de la prostitución como un trabajo, y la reivindican como una profesión a la que se debe dotar de un marco legal y prestaciones sociales como el resto de los trabajos. Para ellas, el trabajo sexual es un trabajo honrado, digno y no humillante; que han elegido para hacer frente a las necesidades económicas como el resto de la sociedad trabajadora (Mac y Smith, 2020).
Las narrativas de las participantes respecto a la pertenencia o adhesión al colectivo de trabajadoras sexuales muestran varios matices, aunque todas reconocen que forman parte de uno o más grupos oprimidos socialmente. Algunas participantes declaran posiciones neutras, de escasa implicación personal, “al no verle sentido” a la organización colectiva. Otras han visibilizado su trabajo y han participado intensamente para concienciar a la sociedad de la dignidad de su trabajo y que lo realizan bajo su propio criterio. Por ejemplo, Mon relata “haberse dejado la piel” en el activismo pro-derechos como trabajadora sexual.
Por último, en otras narrativas sí se identifican como trabajadoras sexuales, pero expresan que, debido a la edad y a sus circunstancias personales, “no les sale a cuenta” una confrontación con la parte de la sociedad que las rechaza.
El sentido de pertenencia y la construcción de un posicionamiento político se expresa en diferentes frecuencias, pero todas las participantes actúan, en sus entornos cercanos, contra la discriminación y las violencias. Algunas mujeres se convierten en referentes del colectivo, con gran presencia pública; otras lo hacen desde una micropolítica de oposición abierta a los discursos dominantes actuada en sus círculos más cercanos. Como ellas expresan, “dar la cara” y “no usar la máscara”. Esta última expresión la utilizan en sentido literal —la máscara que muchas utilizan en su participación en manifestaciones y acciones públicas— y en sentido metafórico, quitarse la máscara ante sus familias y su comunidad.
La valoración de los discursos que las silencian y construyen el trabajo sexual como algo íntegramente “malo” aparece en sus narrativas. Susy explica que no se relaciona “con los radicalismos”. Considera que las abolicionistas no ayudan en nada a la sociedad: “deberíamos luchar todas juntas para mejorar condiciones de trabajo para todas.” Su visión es colectiva; ha luchado y ha dado la cara en medios de comunicación y tiene un papel activo y de autoridad en su lugar de trabajo por la edad y la experiencia:
Me gustaría que las mujeres de la vida tuviéramos garantías sociales, pagar una seguridad social, que puedan tener una baja maternal, una baja por enfermedad… Tendríamos que contar con todos los derechos. (Susy, entrevista personal, febrero de 2020)
Actualmente, Susy realiza acciones directas con las más jóvenes, y está centrada en la lucha contra la trata y la explotación sexual desde su trabajo. (Entrada de diario de campo, enero de 2021).
La narrativa de Mon refiere los mejores recuerdos de la primera encargada que le explicó cómo trabajar, ahorrar y cuidarse. Ahora, y tras ocho años de un activismo encarnado, su lema es intentar transformar su entorno:
Yo he tenido un problema muy grande con el activismo y el abolicionismo. Mi problema es que pensé que podía cambiar las ideas que la sociedad tenía de la prostitución. (Mon, entrevista personal, mayo de 2020)
Todas las participantes coinciden en sentir “indignación” por la representación uniformada y distorsionada que de ellas predomina. En formas comunicativas diversas, todas coinciden y reclaman a la sociedad que se respete su trabajo, y plantean que hay otras luchas relevantes y pendientes contra instituciones patriarcales, como el caso de la institución del matrimonio, por ejemplo. Lo expresa Flor, al parecer, desde una voz común con sus compañeras de calle:
Yo me siento que soy del grupo, mis compañeras todas las que trabajamos en la calle llegamos a la conclusión que las que quieren acabar con nuestro trabajo nos deberían preguntar primero, Yo creo, es que lo que se debe acabar es el casamiento, el matrimonio. (Flor, entrevista personal, mayo de 2020)
A través de los relatos de vida, las protagonistas aportan una visión menos estática y victimizante del trabajo sexual que no oculta la desigualdad de género, ni sostiene una significación degradante como la que es otorgada socialmente.
Los relatos de las participantes abarcan un amplio y heterogéneo abanico de vivencias, que no se adscriben a victimizarse, aunque tampoco dan pie a interpretaciones idealizadas de sí mismas, ni a la romanización de su actividad; en coherencia con la realidad difícil y compleja de una sociedad heteronormativa, patriarcal, capitalista y racista permeada de poliviolencias. Las narrativas de las personas que ejercen el trabajo sexual nos platean un mapa previo de inequidad interseccional de género (Espinosa et al., 2014; Segato, 2016), y como el trabajo sexual autónomo responde a una evaluación consciente y decidida por parte de las mujeres que saben valorar los costes y riesgos de la exclusión social que conlleva el trabajo sexual.
A diferencia de la idea comúnmente aceptada, según la cual las trabajadoras sexuales se ven abocadas a una vejez problemática y desvinculada, nuestro estudio no señala grandes diferencias entre sus condiciones de envejecer y las del resto de las mujeres que no han ejercido el trabajo sexual, como lo señalan los estudios de Gonzálvez (2018) y Ramos (2018). Porque finalmente como grupo social todas hacen parte de la asimetría del sistema sexo/género colonial (Suárez y Hernández, 2008).
Las mujeres participantes valoran de forma positiva su independencia y autonomía no solo frente a sus familias, también frente a los Estados, que no las han tenido en cuenta. Y reconocen sus transgresiones al sistema de género colonial, por ejemplo, la construcción del cuerpo como agente de poder sexual (Illouz y Kaplan, 2020). Expresan con orgullo no ser usuarias de servicios sociales y reconocen que los ingresos del trabajo sexual les permiten gozar de una mejor calidad de vida y seguir apoyando a sus familias, ello expresado como un balance positivo de sus vidas. En este sentido, la prostitución es utilizada sistemáticamente como una actividad refugio, que es vivida más como un recurso multifuncional, que como un problema en sí mismo.
Respecto a las consecuencias del estigma y sus formas de resistencia, nuestro estudio resalta los impactos del señalamiento y explica el estigma en la etapa inicial del trabajo sexual como un factor de daño emocional fruto de la violencia simbólica (Galtung, 2003; Holgado, 2012) que ha requerido altas dosis de resiliencia para su recuperación. La mayoría de las narrativas presentan una actitud de enfrentamiento al estigma, explicando el proceso de internalización y deconstrucción posterior de este, como un daño más en su vida.
La línea emergente que se desprende de sus relatos es que hay un proceso gradual en sus trayectorias de vivencia del estigma: ocultarlo al inicio; tomar la decisión de explicarlo a la familia posteriormente (para no sufrir); y obtener con el tiempo la admiración y acompañamiento de sus familias. Todas las personas han terminado explicando a sus entornos la naturaleza de su actividad y valoran que su salud mental ha mejorado notoriamente. Frente a la decisión de no ocultarlo, se llevan a cabo interesantes argumentaciones sobre la dignidad del trabajo sexual y su independencia. Su larga trayectoria les ha permitido tomar conciencia de haber adquirido experiencias valiosas, reconocer su propio ingenio y su buen hacer y en algunos casos, como explican también Freixas y Juliano (2008) construir una autovaloración que les permite hacer un balance desdramatizando su experiencia vital.
Finalmente, partiendo de la relación entre vulnerabilidad y agencia que establece Judith Butler (2009) al señalar que la agencia no responde a un sujeto homogéneo y construido en la norma, sino que también emerge de manera sustantiva en los márgenes; se hace factible pensar que en contextos de vulnerabilidad, como el de las trabajadoras sexuales autónomas, es posible hallar sujetos de acción que desplazan y rompen con el imaginario hegemónico de víctima pasiva subordinada, planteando la presencia de agencia en la vulnerabilidad. En este sentido, hemos visto cómo las narrativas de las mujeres mayores trabajadoras sexuales identifican las violencias estructurales antes del inicio en el trabajo sexual. Muestran procesos de transgresión a los mandatos de género colonial —corporal, económico, identitario, etc.—; construyen consciencia de grupo de pertenencia y señalan el estigma como una violencia simbólica invisibilizada y perpetuada por la sociedad. Lo que nos permite un funcionamiento humano autónomo que está atravesado por experiencias de agenciamiento y de resistencia individuales y colectiva (Sen, 1999; Nussbaum, 2002).
Este trabajo da cuenta de cómo el discurso de las trabajadoras sexuales constituye una experiencia de contestación permanente al orden del sistema de género colonial. Su irreverencia constituye una forma de resistencia inaudita, quizás uno de los actos más subversivos de nuestros tiempos. Sus relatos nos hacen pensar en otras formas de resistencia más silenciadas, quizás no visibilizadas y legitimadas de forma colectiva, frente a la resistencia idealizada, como plantea Lila Abu-Lughod (2011).
Esperamos contribuir con este estudio en la construcción de una línea de análisis más complejo y un diálogo académico más plural e inclusivo respecto al trabajo sexual, aprendiendo de las expertas por experiencia (Esteban, 2019), y tendiendo puentes de apoyo contra la estigmatización, que a su vez es una estrategia contra la violencia (Galtung, 2003).
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DIANA ZAPATA HINCAPIÉ
Doctoranda y Psicoterapeuta Transfeminista en servicios municipales de atención a las identidades no normativas y trabajo sexual.
dianazh68@hotmail.com
MARGOT PUJAL I LLOMBART
Doctora e Investigadora en Psicología Social y Estudios de Género en el Departamento de Psicología Social y coordinadora de la Unitat Psicogènere y Grupo de Investigación Des-Subjectant. GESPGI (UAB y IIEDG). Investigación: Análisis interseccional del dispositivo de poder de género/sexo/sexualidad y de las desigualdades y violencias múltiples y de su impacto en la salud/enfermedad. Epistemologías para la construcción de una atención en salud feminista y queer.
margot.pujal@uab.cat
http://orcid.org/0000-0002-4823-2949
RECONOCIMIENTOS
Este trabajo ha sido realizado en el marco del programa de doctorado en Persona y Sociedad en el Mundo Contemporáneo de la Universidad Autónoma de Barcelona.
AGRADECIMIENTOS
Las autoras expresan sus agradecimientos a las mujeres que generosamente nos han dedicado horas de encuentros conversacionales llenos de ternura para matizar el dolor con que la sociedad las ha tratado.
FORMATO DE CITACIÓN
Zapata Hincapié, Diana & Pujal i Llombart, Margot (2023). Mujeres de la vida o Vida de las mujeres: sistema de género colonial, estigma y trabajo sexual. Quaderns de Psicologia, 25(3), e1986. https://doi.org/10.5565/rev/qpsicologia.1986
HISTORIA EDITORIAL
Recibido: 03-12-2022
1ª revisión: 08-04-2023
Aceptado: 31-10-2023
Publicado: 05-12-2023
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1 Personas cisgénero: personas conformes con el género asignado al nacer.
2 Persona trans*: término general que engloba las personas con una identidad de género diversa, no binaria, y también binaria, que no se ajusta al género asignado al nacer: transexuales, transgéneros, gender queer, género fluido, crossdresser, género neutro, agénero y otros que puedan aparecer en un futuro como producto de la evolución del término, de las personas y de la sociedad. En el texto, cuando se hable de mujeres se hará referencia a mujeres trans y cisgénero.
3 Dentro de la carencia de estudios resaltar el Trabajo de Marta Venceslao, Mar Trallero y Genera (2021) sobre historia de la prostitución. También el Servicio municipal Agencia para el Abordaje Integral del Trabajo Sexual (ABITS, 2018) del Ayuntamiento de Barcelona reporta una atención integral a 438 mujeres trabajadoras sexuales, de las cuales el 24 % eran mayores de 46 años, con demandas de recolocación laboral.
4 Marcela Lagarde (1990) presenta la tesis en que se sustenta el estigma del género femenino, aludiendo al Yo femenino (Madre esposa) y a la Otra, la “Puta”, “la mala mujer”.
5 La Agència per a l’Abordatge Integral del Treball Sexual (ABITS) es un Servicio municipal del Ayuntamiento de Barcelona, con un abordaje despatologizador y situado desde donde se ha estado atendiendo y acompañando a mujeres que ejercen el trabajo sexual frente al impacto del estigma social.
6 Este estudio forma parte de una investigación más amplia en el marco de una tesis doctoral, con una muestra ampliada a 20 trabajadoras sexuales de diferentes edades y condiciones. Se ha desarrollado en diferentes escenarios acompañando, reconociendo y habitando con ellas sus lugares de trabajo en el barrio del Raval de Barcelona en España, a través de un trabajo etnográfico que aquí no será analizado. Concretamente, en escenarios relacionados con el ejercicio de la actividad en calle, el acercamiento al servicio municipal ABITS, y el activismo en el que algunas de ellas participan.
7 En este sentido, es interesante señalar que los nombres asignados a su actividad chocan frontalmente con autorrepresentaciones de resistencia subjetiva, tal como lo ilustran Grisélidis Réal (2008), Virginie Despentes (2011) y Georgina Orellano (en sus memorias Puta Feminista, 2022). Las personas que han participado de este estudio, en su mayoría, hablan de “trabajo sexual” y se autodefinen como trabajadoras del sexo, vinculándolo al activismo que muchas de ellas ejercen en la defensa de sus derechos humanos. Prostitución se refiere a un término utilizado por agentes externos. Las protagonistas no lo utilizan por encontrarlo como un término denigrante en sí mismo. Trabajo sexual es la actividad que realizan, en este sentido refieren sentirse mejor representadas en esta categoría.
8 En el argot de calle, las mujeres trabajadoras sexuales se refieren al preservativo masculino como goma.